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Matías Vallés

Al Azar

Matías Vallés

A María de Córdova

María Fernández de Córdova me anunció su fallecimiento para 2007. El futuro le concedió once años de prórroga a esta trabajadora del porvenir, aunque ella sostenía que "la muerte es un premio". Nuestra relación empezó con mal pie, porque me sentí obligado a sincerarme:

-No creo en las brujas.

-Se llama brujería a lo que no podemos explicar.

-Mi añorado profesor de Biología nos enseñaba que creería "en cuanto vea a una persona ir a Lourdes con un brazo y volver con los dos".

-Sé que no crees en nada de esto, pero yo no necesito discípulos ni cómplices para que sean mis amigos.

Y elegimos el camino cómodo de la amistad. Debo ser el único de sus conocidos que solo le hizo una consulta, si me veía algún futuro con Claudia Schiffer. Y acertó. No tiene sentido desenmascarar a María, ni tampoco felicitarla en exceso por haberle predicho su boda filipina al ministro todopoderoso. En realidad, no trabajaba con la materia de los sueños del porvenir, su éxito de astróloga se asentaba en el pasado. "La gente está muerta de miedo y de inseguridad y conmigo busca reafirmarse, encontrar un punto de apoyo". Por eso era la mujer más solicitada en los saraos de la jet mallorquina, cuando ya octogenaria parecía ocupar la noche entera más allá de su generoso diámetro, que tampoco escapaba a su ironía.

María era la Big Mama de nuestra casa de Nueva Orleans. No negaré que me agradaba el desdén hacia su clase aristocrática, pero la gran capitana les retaba porque "no se atreven a marginarme", aunque "antes era denigrante que un butifarra trabajara". Su éxito laboral no se basaba en adivinar, sino en escuchar. No engañó a nadie, porque llegaban a su gabinete ya engañados, y la vidente se limitaba a iluminarlos. Le hubiera gustado a mi profesor de Biología, debí presentarles. La última vez que no nos vimos, María me pronosticó el futuro ya pasado desde una pantalla de televisión. Y volvió a acertar.

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