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PP: Las etapas del deshaucio

El Partido Popular, y tras una moción de censura que lo relegó a las catacumbas, ha discurrido por las cinco etapas del duelo que se experimentan en el proceso de adaptación frente a un diagnóstico de enfermedad grave, tal vez terminal, y que tan bien describiera la psiquiatra y escritora Kübler Ross en su libro Sobre la muerte y los moribundos.

En la actualidad, el proceso de morir tiende a ocultarse socialmente como si de algo vergonzoso se tratara. Suele ocurrir de preferencia en hospitales -restaurante frente al Congreso y en la sede del Partido, en el caso que me ocupa-, evitando en lo posible visitas o espectadores que pudiesen intervenir y tal vez incorporar un algo de racionalidad a las reacciones que suscita un hecho sin vuelta atrás y que afecta tanto al concernido como a su entorno, sea familia o cargos remunerados y de lustre, para quienes no supondrá alivio alguno considerar que el final anunciado confiere cierta pátina de solemnidad incluso a los considerados en vida unos mediocres.

No siempre se discurre por todas las fases ni necesariamente en el orden que relató en su día la tanatóloga citada, aunque el PP parece ser el mejor paradigma de su acertado análisis empezando por el primer estadio de negación e incredulidad. ¡Por qué yo? ¡Esto no nos puede estar pasando! ¡Sin duda hay algún error! No importa, como afirmó Céline, que algunos empiecen a morir muchos años antes de su final, o que el dilatado proceso pudiese haber estimulado las defensas frente al cataclismo previsto y que el sabio señalaba, aunque el principal implicado y sus adláteres, en lugar de preocuparse por el diagnóstico, mirasen sólo el dedo.

Ni hablar de consuelo pensando, con Petrarca, que un bel morir tutta la vita onora, así que directamente al segundo escalón: el de la ira, enfado con cualquiera y la desesperada búsqueda de responsables. ¿Qué hemos hecho para merecer semejante final? ¿Acaso populistas o Rivera han demostrado algo? Y de Pedro para qué hablar, denostado incluso por barones de su propio partido€ ¡Lo que nos tienen es envidia! ¿Achaques previos anunciando el desenlace? ¿Corrupción? ¿Y quién no ha tenido alguna vez algo de fiebre? ¡Aprovechateguis! ¡Resentidos! Quizá el enfermo, el PP en grave deterioro, olvidó decirse alguna vez en el curso de su existencia que no hay nada más doloroso, a la vista del final, que haberse creído inmortales, pero enfrentados a la evidencia y pese al desasosiego, llegarán en el curso de los días siguientes al tercer tramo de Kübler: el de negociación tras la rabieta.

Pactar por si aún fuera posible escapar con bien. Los creyentes con Dios, y otros con el médico o el destino; quizá se haya intentado con Ciudadanos aunque resultó un fiasco porque estos se las prometían felices con los réditos que auguraba la muerte del condenado. O con el PNV, deudor de unos millones en los presupuestos que van a pagar, como sucede siempre en cuanto hay tratos, quienes no están, es decir: la población corriente y moliente. ¡Haremos cuanto queráis!, debieron prometer, pero no funcionó y de ahí al cuarto capítulo, el de la depresión, desesperanza y ojos llorosos: los de Soraya o el propio Mariano cuando anunció su retirada y, tal vez días antes, escondido en el lavabo frente a las evidencias del imparable avance de una coalición que ha puesto el punto final a pasados roles y autoestimas. Una fase terminal para la desolación que, de tan intensa, puede provocar alucinaciones y, entre ellas, la aparición de Aznar haciendo docencia frente a la impotencia de sus deprimidos correligionarios.

Y, por fin, la inevitable y deseable aceptación, quinto y último periodo del doloroso tránsito tras reconocer que más pronto que tarde, como dijera Miguel Hernández, se pondrá el tiempo amarillo sobre sus fotografías. Podrá ser para algunos, enfermos avanzados o políticos amortizados, el descanso (lo de merecido es cuestionable) tras un viaje más o menos largo y, para quienes hemos asistido desde el graderío al final del rajoyismo, un respiro tras decirnos que quizá sea mejor que algunas cosas hayan acabado a trancas y barrancas ante la eventualidad de que no acabasen.

Las cosas son así, se termina pensando cuando ya inmersos en la insoslayable evidencia. Unos, si creyentes irredentos, esperando la resurrección de su partido antes del juicio final y la mayoría, visto lo visto, haciendo votos para que, en el mejor de los casos y desde su forzado exilio, terminen por aceptar lo que también sentenciara Kübler Ross, inspiradora de la presente columna en su totalidad: que no se puede sanar el mundo (el país, en este caso), sin sanarse primero a sí mismo.

A muchos gustaría que el Partido Popular defenestrado, y sea quien sea el sucesor por unos años del "mucho español" que lo encabezaba, asumiera dicha conclusión antes de intentar el regreso a primera línea. Y es que, de no ser así, convendría volverlo a desahuciar nada más verlo llegar.

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