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Antonio Papell

El PNV y el independentismo

El gobierno vasco, que cuenta con el apoyo del PNV (28 escaños) y del PSE-EE (9 escaños) y presidido por el nacionalista Urkullu, se ha distanciado de forma evidente del proceso catalán. El único gesto de relativa solidaridad fue la resistencia a cerrar acuerdos con el PP (resistencia que cedió a la hora de la verdad) en tanto estuviera en vigor la intervención del Estado en Cataluña al amparo del artículo 155, pero en todo momento el lehendakari Urkullu y el presidente del EBB, Ortúzar, han mostrado su discrepancia con las decisiones unilaterales e ilegales del nacionalismo catalán y han marcado su propia senda, que pasa por una reforma estatutaria que recoja el "derecho a decidir", algo imposible que sin embargo siempre ha formado parte del "programa máximo" del partido fundado por Sabino Arana.

Por eso sorprende, e incomoda políticamente, que el PNV haya participado en una cadena humana de hace unos días por el "derecho a decidir", un concepto que por razones obvias resulta en estos momentos altamente inoportuno. La convocatoria era de Gure Esku Dago, una organización muy parecida a la Asamblea Nacional Catalana, que había sido duramente criticada por el PNV por pretender sustituir a los partidos políticos. Al acto acudieron autoridades locales de la formación jeltzale, pero también cargos institucionales como la presidenta del parlamento vasco, Bakartxo Tejeria. La oposición popular y el partido socialista han comparado este exceso con la deriva de su homólogo Roger Torrent en Cataluña.

La razón de la complicidad del PNV con esta acción reivindicativa es sin embargo fácil de entender: el partido nacionalista no quiere perder electores por el lado soberanista en la histórica disputa que mantiene con la izquierda abertzale. Lo ha explicado Luis Aizpeolea: "La clave de su presencia [en la cadena humana] está en las encuestas. El PNV, con Urkullu, ha ensanchado su apoyo por el flanco autonomista, arrebatando votos a partidos constitucionalistas, pero no quiere perder a su electorado más soberanista, participante en estos festejos identitarios. El problema es que la presencia de dirigentes crea opinión a favor del soberanismo cuando, tras la experiencia catalana y la de Ibarretxe, conoce su resultado aciago, marcado por los límites del Estado y la UE".

En definitiva, el PNV cultiva su ala independentista con la ambigüedad que ha caracterizado siempre al nacionalismo de cualquier signo en este país. De hecho, ya había mostrado esta doble faz cuando, mientras cerraba el pacto presupuestario con el PP, lo que daba a este partido teórico oxígeno para llegar al fin de la legislatura (expectativa truncada por la moción de censura), pactaba con Bildu en el seno de la ponencia de autogobierno la inclusión de la nacionalidad vasca en el título preliminar del nuevo estatuto euskaldún. El texto del acuerdo recoge igualmente la diferencia entre nacionalidad y ciudadanía, dos conceptos recogidos en el referido título preliminar que ya fueron considerados inaceptables por los partidos constitucionalistas.

En democracia -conviene recordarlo- se puede ser legítimamente independentista, faltaría más. Y es necesario aclarar, asimismo, que el independentismo vasco es anterior a ETA, y que hubo durante la etapa oscura del terrorismo etarra independentistas que no comulgaron con aquella sangrienta atrocidad. Por ello, al criticar la deriva soberanista del PNV, no se trata de deslegitimar posiciones sino de solicitar cierto rigor y menos oportunismo. Como también ha recordado Aizpeolea, el independentismo apenas alcanza en Euskadi el 25% y la participación en votaciones informales en los municipios por el derecho a decidir no ha pasado del 15%. Quiere decirse que no tiene sentido que desde la sosegada Euskadi se añada más leña al fuego de conflicto territorial cuando lo que todos deberíamos pretender es encarrilar la cuestión catalana con la mayor serenidad posible.

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