Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Arte y decoración

Santiago Sierra, el polémico artista, puso el otro día el dedo en la llaga. Juntó en una misma frase arte y decoración. Sierra practica arte de riesgo y, como tal, está obligado a asumir las reacciones violentas de cierto sector con tendencia a la absoluta falta de humor y una facilidad pasmosa para sentirse ofendido. Sin duda, para cualquier artista de riesgo siempre es mucho más estimulante que sus obras generen conflictos, tanto de orden estético como de orden moral. Nada peor que concebir una obra cuyo destino es decorar una casa, aprovechando ese espacio vacío que nos queda en la pared. Arte de relleno. Ahora bien, si uno realiza arte ofensivo, lógicamente esa obra provocará altercados. Y el artista cuya obra ha sido destrozada no tiene por qué poner el grito en el cielo, ni sentirse personalmente agraviado. No hay que olvidar que su objetivo fundamental es el de provocar. Si ningún pez pica el anzuelo, el artista radical se sentirá, de alguna manera, decepcionado y un tanto avergonzado al comprobar que su obra, pretendidamente transgresora, está pasando desapercibida, sin pena ni gloria, como quien oye llover. El artista transgresor sabe que en la sociedad aún habitan personas especialmente proclives a sentirse escandalizadas. En el fondo, es un juego fácil, ya que ese artista es consciente de que su acción cosechará la indignación previsible del sector más puritano. Lo más difícil y, por tanto, meritorio para un artista es que se lance a criticar duramente, incluso ridiculizar su propio pensamiento político. De ahí que no debería sorprendernos ese tipo de reacciones de los sectores más ultraconservadores. Ahora bien, el sector más progresista -y pónganle al término una buena ración de comillas- también es susceptible de sentirse escandalizado ante algunas manifestaciones artísticas que no son -vaya, vaya- de su agrado. Uno puede cocer a Cristo o meter a un obispo en la nevera, y las réplicas desde el sector más beato de derechas no se harán esperar. Ahora bien, probemos con Rigoberta Menchú o con Noam Chomsky, y las reacciones desde el sector beato de izquierdas, brotarán con ofendida indignación. En cualquier caso, todo muy burdo y grueso.

Al arte le pedimos mucho más que eso, aunque uno piense que, en última instancia, todo arte tiene un fondo político o, por lo menos, una intención latente o claramente manifiesta de intervenir en el mundo. Y cuando digo político, no digo partidista o defensor de determinada corriente ideológica, sino como intervención en la ciudad, en la civilización, sea esta intervención sutil o manifiesta. Arte y parte. Tampoco se trata de politizar el arte, como hacían los comunistas en su tiempo, pero tampoco de estetizar la política, como hacía el fascismo. "Es evidente que en el mundo del arte nada es ya evidente", sentencia Adorno nada más abrir su intrincada y espesa Teoría estética. Si el arte no nos hace pensar o replantear ciertos principios que creemos inamovibles, si el arte no revuelve y emociona, si el arte no irradia una tensa belleza, el arte se queda en un pasatiempo privado o colectivo, en una actividad plana, blanda y dominical. Ahora bien, tampoco vayamos a sacralizar el arte provocativo por el mero hecho de serlo. El arte que se queda en mera provocación es un arte pobre, de bajo vuelo, que sólo causa asco o diarrea, o simple rechazo, no moral, sino estético. Muchos, creyéndose Duchamp a todas horas, se creen todavía obligados a repetirlo hasta la náusea. En fin, que no basta con colocar un extintor en medio de una galería con una etiqueta que diga: usar en caso de estreñimiento. Ocurrencia, ésta, que se me ha ocurrido ahora mismo, sobre la marcha y que regalo a quien desee usarla. Gratis total. Ya ven.

Compartir el artículo

stats