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Pilar Garcés

El desliz

Pilar Garcés

Turistas entre medianeras

La valiente restricción del alquiler turístico en toda Palma deberá tener continuación en las casas unifamiliares adosadas a otras. Los barrios con codiciadas plantas bajas están empezando a sufrir los ruidosos efectos de los ocupantes ocasionales

Si tu vecino pared con pared instala en su domicilio una máquina expendedora de bebidas alcohólicas, date por muerto. Ya no es tu vecino, sino un empresario del sector servicios o un activista de la economía colaborativa, ambos se confunden en los tiempos que corren dependiendo del grado de cinismo con el que se enfoque el asunto. Se te acabó la tranquilidad. Dormirás cuando ellos, los sucesivos inquilinos de tu vecino, quieran. O sea, nunca. Las imágenes de un nutrido grupo de turistas jovencísimos de fiesta en el patio de una casa de Son Espanyolet, con sesiones de fotos junto a un gigantesco pene hinchable incluidas, difundidas en los últimos días son la prueba palpable de que la valiente prohibición del alquiler vacacional en todos los pisos de Palma aprobada por el Ayuntamiento no ha sido suficiente. Las viviendas entre medianeras, las casitas bajas por las que casi todos hemos suspirado en algún momento de nuestras vidas, tienen la consideración de unifamiliares y por eso se permite alquilarlas por semanas o días. Las molestias que la actividad pseudohotelera causa en los vecindarios frágiles compuestos por este tipo de construcciones resultan iguales o peores que las que amenazan a los bloques plurifamiliares, pero han quedado fuera de la restricción. O sea que los palmesanos que se han de levantar a las siete de la mañana para ir a trabajar convivirán sí o sí con los grupos llegados a Mallorca para apurar cada minuto de diversión, si tienen la suerte de habitar una casa independiente pero adosada a otras. Tu fortuna será tu cruz. Santa Catalina, el Molinar, incluso la Soledat conforman ecosistemas amenazados por la visión negociante de inversores que ni están ni van a venir, salvo para recoger las ganancias. Pero Son Ferriol, el Coll d'en Rabassa o s'Indioteria, corren el mismo riesgo. El próximo paso para garantizar una ciudad para sus habitantes ha de ser la protección de las plantas bajas. Se debe impedir que caigan en manos de unos cuantos propietarios que las conviertan en hoteles encubiertos o diseminados, después de reformarlas y robarles el carácter.

Cort tuvo que transigir con las casas entre medianeras y ha bajado los brazos en relación con otro problema que afecta a muchas familias vulnerables: que no encuentran un lugar para vivir que se puedan permitir. Un problemón. El programa Palma Habitada por el cual el consistorio mediaba entre arrendatarios con escasos ingresos y arrendadores, ofreciendo garantías a ambos lados del negocio inmobiliario, ha sido suprimido por falta de interés de los propietarios, que no aportan pisos al bolsín. Lógico, si encuentran en el mercado disparatado que sufrimos precios muy superiores a los que les ofrece la acción municipal. No ha habido manera de conseguir que los bancos se avengan a soltar las casas que tienen en su poder, no se les ha presionado lo suficiente, si es que se les ha llegado a presionar. Ahora el escaso dinero público destinado a este propósito se añadirá a las subvenciones para alquiler dirigidas a los jóvenes, o se invertirá en la reforma de barrios vulnerables. El resto, un resto muy amplio, deberá buscarse la vida. Cabe preguntarse de nuevo cómo van a lograr los particulares con menos recursos ganarse la confianza de los propietarios de viviendas vacías, si todo un Ayuntamiento no lo ha conseguido. Cada palo va a tener que aguantar su vela en Palma. Encenderle una al Cristo de la Sangre ya es una opción respetable para sobrellevar un mercado tan libre como cruel.

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