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Pompa, circunstancia y mucha niebla

Dispongan en el mismo escenario la aplastante máquina de propaganda de EE UU, la capacidad de Trump para pasar en segundos del júbilo a la ira y el misterio que rodea al régimen de Corea del Norte. Ahora sitúen en la fila VIP la larga y calmada lucha de Pekín por la hegemonía global, el ansia de Seúl por normalizar la península coreana y el miedo de Tokio a dejar de ser mimado por sus protectores estadounidenses.

Con semejantes actores y espectadores, la pompa del espectáculo de Singapur estaba garantizada: "Un gran día para la historia del mundo" (Trump). "El pasado ha quedado atrás" ( Kim). ¿Una nueva era? Depende de cuál de las viejas se tome como referencia. Si se analiza el tenor de la declaración conjunta firmada en la cumbre de anteayer, hay que convenir que suena mucho a otras anteriores (1992, 2005), a la postre estériles, aunque quizás sus contornos sean aún más difusos.

En ningún caso parece un salto adelante. Si la vista, en cambio, se dirige a la escalada retórica soportada desde la llegada de Trump a la Casa Blanca, resulta innegable que los vientos amainan. Washington ha desinflado su propio suflé. Pero si el elemento de referencia es el programa nuclear coreano, inserto en el lento pero imparable incremento de tensiones estructurales en Extremo Oriente, entonces lo que se dibuja es un paisaje dominado por las nieblas.

El documento firmado anteayer en Singapur constituye el punto de partida de una negociación: compromiso de establecer relaciones bilaterales pacíficas, compromiso bilateral de trabajar por una paz duradera en la península coreana (léase, tratado que ponga fin oficial a la guerra de 1950-53), compromiso norcoreano de avanzar hacia una completa desnuclearización de esa península y, como gesto de buena voluntad, compromiso de entrega de restos de combatientes caídos en el conflicto intercoreano.

A partir de ahí el resto son ausencias y declaraciones. Ausencia mayor: a la desnuclearización prometida le faltan los adjetivos verificable e irreversible, lo que deja abierta la puerta a que Pyongyang congele su programa nuclear pero mantenga intactas sus capacidades nucleares y balísticas bajo forma de energía civil y programa espacial. Declaración mayor: Trump anuncia la suspensión de maniobras conjuntas con Corea del Sur, aunque sin reducción de la presencia militar de EE UU ni levantamiento de sanciones. Además, da garantías de seguridad a Pyongyang y revela que, aunque no está escrito, Kim acepta la presencia de inspectores.

En suma, una simbólica declaración de intenciones para seguir negociando la semana que viene. Nadie espera que el proceso, si alguna vez llega a su fin, se complete antes de una década, aunque Trump quiera resultados presentables para las legislativas de noviembre y Kim necesite que le aflojen la soga a su economía.

Para entonces Trump será un episodio bochornoso de la Historia, China habrá tenido la posibilidad de intervenir muchas veces en el proceso y Kim, ocurra lo que ocurra, habrá hecho realidad el sueño de su abuelo de ver a la dictadura norcoreana integrada en la escena internacional. De momento, ya tiene la foto, la invitación a visitar la Casa Blanca y, gracias al apretón de manos con Trump, más margen de maniobra ante el gran hermano chino.

Todo un camino por delante que no dejará de reafirmar a Irán en las ventajas de "poseer la bomba". Por cierto, EE UU desveló anteayer al mundo la nueva sede de su embajada oficiosa en Taiwán, la otra China, con la que desde 1979 no mantiene relaciones diplomáticas. La imagen del edificio y la fecha de su presentación también deben integrarse en el espectáculo. Aunque sólo sea para ampliar en lo posible el punto de vista.

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