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Joaquín Rábago

360 grados

Joaquín Rábago

Desorientación y anhelo del hombre fuerte

Hablan los observadores de la situación política en Europa de desorientación del electorado y al mismo tiempo de una especie de anhelo del "hombre fuerte" que parecen sentir muchos ciudadanos. La democracia liberal, tal y como la conocemos hoy, está cada vez más amenazada a juzgar por lo que ocurre no sólo en los Estados Unidos de Donald Trump, sino también a este lado del Atlántico.

Baste poner como ejemplo lo que sucede en Polonia, en Hungría, en Austria o Turquía, por supuesto también en Rusia, pero incluso en un país fundador de la UE como es Italia. La llegada al Gobierno de este último país dos fuerzas en principio tan antagónicas como la xenófoba Lega y el confuso Movimiento Cinco Estrellas no augura en efecto nada nuevo.

Han quedado superadas profecías optimistas como la del hegeliano norteamericano Francis Fukuyama cuando hablaba sin duda prematuramente del "final de la historia". La democracia liberal, montada sobre la explotación del tercer mundo, parecía prometer entonces de pronto a todos prosperidad, pluralismo y libertades, incluida, por supuesto, la de comercio.

Pero la globalización no cumplió, al menos en Occidente, las promesas de sus más optimistas defensores y mostró su cara oculta en forma de deslocalizaciones, precariedad laboral, desempleo y recortes en todo tipo de prestaciones. Es cierto que se beneficiaron a cambio en un primer momento muchos países en desarrollo al acoger la producción allí desplazada desde Occidente en busca de fuerza de obra mucho más barata y menos, por no decir casi inexistentes derechos laborales.

Al mismo tiempo, la explotación de los recursos del antes llamado tercer mundo por empresas occidentales en connivencia con sátrapas locales, provocó la emigración de cada vez más miserables, atraídos por el espejismo del Occidente rico. A ello se sumó el éxodo masivo de tantos ciudadanos de países de Oriente Medio invadidos por Estados Unidos en disparatados intentos de derrocar a sus despóticos gobiernos y sustituirlos por otros más dóciles, todo ello convenientemente disfrazado de cruzadas a favor de los derechos humanos.

La llegada incesante e incontrolada a Europa de gentes de otras culturas, bien por pura necesidad económica, bien en intentos de escapar de la violencia o los continuos atropellos de los derechos humanos, ha hecho que creciera en los sectores más débiles de los países receptores la sensación de inseguridad. Algo que, unido al temor a los zarpazos terroristas, han sabido explotar hábilmente populistas y otros pescadores en río revuelto para justificar el recorte de los derechos y libertades de una ciudadanía cada vez más desencantada.

Porque se preguntan muchos de qué sirve el poder acudir a las urnas cada cuatro años si se puede cambiar de gobierno, pero apenas de política económica, pues ésta la deciden otros. ¿Es acaso de extrañar la sensación de impotencia que sienten muchos ciudadanos y la tentación creciente de echarse en brazos de personajes tan faltos de escrúpulos como los italianos Berlusconi o Salvini, el húngaro Orbán o sus equivalentes polacos, austriacos y de otros lugares?

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