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Al Azar

Sánchez y Torra se (ll)aman

Mike Pompeo comparecía radiante el pasado jueves ante los periodistas. Desde el podio de la sala de prensa de la Casa Blanca, el secretario de Estado de Donald Trump anunciaba que las negociaciones para reducir el arsenal norcoreano avanzaban a buen ritmo. Y sintetizaba los excelentes augurios en que "ahora vamos a ponernos de acuerdo en el significado del término desnuclearización". Es decir, ni siquiera estaba definido el objetivo de las reuniones. Y luego dirán que la diplomacia es sencilla.

La situación española es más enrevesada que un encuentro entre Trump y Kim Jong-Un. De ahí que los informativos madrileños se interrumpan abruptamente para transmitir al mundo que "Pedro Sánchez y Quim Torra se (ll)aman". Nadie parece advertir el contraste entre los pífanos que acompañan a la supuesta noticia y la evidencia de que ambos estadistas residen a escasos seiscientos kilómetros, sin frontera mediante. Cada día, decenas de miles de madrileños y barceloneses se (ll)aman. Aparte de los millares de exploradores que se trasladan físicamente y sin traumas reseñables de una ciudad a otra por AVE, tierra y aire.

El Gobierno español ha descubierto el teléfono, solo un siglo y medio después de Graham Bell. De algo tenía que servir la incorporación de un astronauta al ejecutivo, Duque puede enseñarles ahora en qué consiste la tecnología revolucionaria del fax. Los documentalistas del procés coinciden en que Rajoy y Puigdemont no se (ll)amaron nunca, un suceso extraño por tratarse de un jefe y uno de sus subordinados más significativos, con perdón de mi comunidad. Sánchez no quiere incurrir en el aislamiento escurialense, y ha (ll)amado ya a todos los presidentes autonómicos. En un solo día, su predecesor debería liberar su agenda durante dos semanas para (ll)amar a los 17. De hecho, el país contuvo angustiado el aliento porque Sánchez tuvo dificultades para (ll)amar a Urkullu, que tal vez remoloneó en protesta por el nombramiento de Marlaska. El Estado todavía funciona, el teléfono ha llegado para quedarse.

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