Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Lo que no se esperaba

No hace mucho coincidió la emisión televisiva de unos anuncios que me dejaron perpleja. En el primero, ya clásico, un padre responsable aconsejaba aplicar cierto producto a las cabezas de nuestra prole para desterrar definitivamente los piojos. En el otro una cejijunta voz en off desvelaba la verdad horrenda que se escondía tras la atractiva presencia de sendos jóvenes, él y ella; a saber: sífilis y gonorrea. Entre tanto bling bling, tanto jingle y tanta entonación almibarada o pseudo sensual, los susodichos anuncios rechinaban como lo haría uno de gomas y lavajes. Eran el sórdido recordatorio de que nuestra sociedad tiene una base nada glamurosa, algo que también advertimos a todas horas, por la calle, en forma de furgonetas de empresas que desratizan, desinsectan y fumigan. Curioso cómo coexisten esos dos mundos en apariencia opuestos. El megaluxury y sus sombras, escurridizas y no siempre subterráneas.

Aunque al hablar de grandes hombres y sus mujeres se trata de un axioma, por lo general detrás de todo nuevo gobierno no hay un país sorprendido. Hasta ahora, nada más previsible que el elenco de ministros tras unas elecciones, en un país que suele desoír el consejo del humanista Eneas Silvio Piccolomini (luego papa Pío II) y buscar cargos para los hombres y no hombres para los cargos (no se me ofendan por el masculino genérico: don Eneas era del Quattrocento). Pero vivimos tiempos de prodigios; si estuviéramos en el siglo XVII -como, por otra parte, parece que estemos en muchas cosas-, ya correrían papeles escritos reseñando en términos cósmicos las múltiples maravillas ocurridas en España durante los últimos veinte días. Claro que en la época digital no hay asombro que sobrepase la duración de un anuncio, ni pantalla táctil que lo resista. Hoy las emociones políticas, igual que casi todo, son de usar y tirar, y el ritmo de adaptación a las novedades se corresponde con el período de concentración de un bebé de un año. Resulta indudable, sin embargo, que nuestra democracia acaba de cumplir con un rito de paso que la saca de su larga y adormilada doncellez, apenas sacudida por algún susto con tricornio. Dejaremos, pues, transcurrir los cien días de rigor hasta valorar qué da de sí este escenario inédito, qué fruto nos brindan tantos talentos gestores y, sobre todo, cómo se retrata el abanico político patrio, el abanico entero, en estas circunstancias inéditas.

El sábado pasado vi ponerse el sol en una dehesa. Las vacas lecheras se retiraban a paso lento hacia su dormidero y, en un momento dado, la colonia de flamencos residente en la laguna levantó el vuelo. Córvidos, rapaces y ranas también se despedían a su manera de la luz diurna, igual que los pajarillos, refugiados en las encinas; las cigüeñas se recogían en sus nidos. En uno de ellos, tan bajo que casi podría haberlo tocado, entretejida en el ramaje, y fantasmal, había una blanca bolsa de plástico. Y de pronto, por un instante, fue como si el crepúsculo se hubiera acentuado un poco más.

Compartir el artículo

stats