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Inventario de perplejidades

Testamento político de Rajoy

La acción política toma velocidad y los acontecimientos se suceden vertiginosamente. Cuando la ciudadanía aún no se había repuesto del resultado de la moción de censura, del cambio de presidente de Gobierno, y de las especulaciones sobre la identidad de los nuevos ministros, nos llega el anuncio de la retirada del señor Rajoy y de la convocatoria de un congreso extraordinario del PP para elegir a su sucesor.

Ante tal superposición de novedades, los analistas políticos, los tertulianos y la bandada innumerable de periodistas radiofónicos andan con la lengua fuera de acá para allá a la caza de lo noticiable. Pese a todo, la noticia del día fue el anuncio de la retirada de Rajoy tras cuarenta años de intensísima actividad política en la que ha pasado de ejercer de concejal en Pontevedra, vicepresidente de la Xunta de Galicia, y ministro en varios gobiernos de Aznar a presidente de Gobierno. La víspera, casi nadie se había atrevido a adelantar un pronóstico sobre sus planes dada su proverbial reserva, aunque la mayoría apuntaba a la posibilidad de que pilotase una transición ordenada en su sucesión.

Quedaba la duda de si esa transición concluiría con una designación imperial del sucesor, como ocurrió en las etapas de Fraga y de Aznar, pero Rajoy aclaró que el proceso se desarrollaría de forma democrática. Vi por televisión la lectura de su testamento político y, como siempre, y al margen de discrepancias, me pareció una pieza oratoria brillante y muy bien construida. Hizo un repaso a lo que él entiende que fueron sus logros políticos y luego defendió, con mucho sentido del humor, su opción estratégica por la inmovilidad en momentos de gran zozobra institucional. Esa inmovilidad que en algunas viñetas de periódico lo dibujaba tumbado a la bartola y fumando un puro enorme mientras todo se agitaba a su alrededor.

"Gracias a esa inmovilidad -vino a decir- nos salvamos de cosas peores". La frase me recuerda otra de un personaje de una novela de Asimov que, preguntado sobre la forma previsible de resolver una crisis acuciante, respondió: "Esta crisis se resolverá sin hacer nada".

Mariano Rajoy -y lo digo desde una civilizada discrepancia- ha sido el político más brillante de la derecha española posfranquista desde que con Suárez se inició la Transición y es de justicia reconocérselo ahora que muchos se apresuran a apuñalarlo verbalmente como al moro muerto del refrán. Y encontrarle un sucesor a su altura será difícil. En algunos medios de la capital del Estado se viene apuntando desde hace tiempo el nombre de otro político gallego, Nuñez Feijóo. Anteayer cuando se acercaba a pie a la sede de Génova, una marea de reporteros lo rodeó para preguntarle sobre la cuestión pero rehuyó la respuesta.

Días atrás, en otra entrevista, apuntó que si el partido se lo pedía podría considerarlo. Vamos, que lo elijan por aclamación. Los delfinatos, cuando son tan evidentes, acaban siendo perjudiciales y habrá que esperar a que se calmen un poco las aguas. El otro acontecimiento político en importancia fue el nombramiento de Josep Borrell como ministro de Exteriores, una decisión que prestigia al Gobierno de Sánchez muy necesitado de gente con peso específico.

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