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Antonio Papell

Rasgos del nuevo Gobierno

El panorama triste y gris, desesperanzado, que deprimía a la sociedad española hasta hace poco, en un marco de impotencia, sospechas fundadas de corrupción sistémica y falta de capacidad de generar ilusiones, ha experimentado un vuelco radical, que ha tomado encarnadura en el nuevo gobierno, recibido -y esto es un buen síntoma- con generalizada alegría, aunque también con la crítica hosca y montaraz del todavía portavoz parlamentario del PP, toda una señal de que los tiempos han cambiado y de que el cambio arrasa vestigios deprimentes de una mediocridad insoportable que ya se hunde el pozo implacable del olvido.

Hay muchos rasgos singulares y llamativos en el nuevo equipo. Pero con el enunciado de unos cuantos se abarca la impresión general. He aquí los principales.

Europeísmo (no retórico). Ante el desastre populista del nuevo gobierno italiano y ante el previsible escepticismo de la derecha española/europea ante el gobierno Sánchez, los nombramientos de Josep Borrell y de Nadia Calviño anclan el equipo socialista en la ortodoxia de Bruselas -es un compromiso de estabilidad- y aseguran el prestigio del Gobierno de España en las instituciones y en el marco comunitarios frente a los alardes de los soberanistas catalanes. Estos dos fichajes, que muestran la confianza que inspira quien los ha auspiciado, vinculan el nuevo Gobierno en la aristocracia democrática europea a la vez que elevan el nivel de interlocución español con la comunidad internacional y con el sistema financiero global.

Feminización. Once mujeres en un gobierno con 17 carteras es un dato suficientemente expresivo. La vicepresidenta del Gobierno, Carmen Calvo, feminista militante, es además ministra de Igualdad. Y Grande Marlaska, ministro del Interior, ha sido un activo defensor de la causa LGTB. La igualdad de género, la no discriminación y el impulso a los derechos humanos adquieren eminencia esencial, lo que crea una ligazón moral con el Zapatero de su primera legislatura.

Intergeneracionalidad. Sánchez ha recurrido a todas las generaciones en activo. Carmen Montón, ministra Sanidad, Consumo y Bienestar Social, nació en 1976 y Josep Borrell, ministro de Asuntos Exteriores, en 1947. En medio está todo el gabinete.

Progresismo. El conjunto del equipo, extraído en gran parte de los cuadros militantes del PSOE aunque con varios independientes, muestra una tendencia claramente progresista, de especial sensibilidad ante los problemas más graves -la creación de un comisionado contra la pobreza infantil es un ejemplo-, de rechazo al incremento de la pobreza laboral -asalariados que no consiguen ser autosuficientes-, al desempleo juvenil crónico, a la caída de la natalidad, al rechazo sistemático a la inmigración, etc.

Modernización radical. El gobierno augura un cambio de modelo de desarrollo, aunque tal designio no pueda materializarse a corto plazo, como es obvio, y quede por tanto fuera del alcance de un equipo que tiene un recorrido tasado y necesariamente breve. Algunos indicios claros son la creación de un ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades, cuyo cometido será recuperar el ritmo de desarrollo del I+D+i, retrasado por la crisis y descuidado a conciencia por el gobierno anterior. La recuperación de la Universidad, en declive endogámico y envuelta en lamentables clientelismos, y la apuesta por actividades de elevado valor añadido que terminen sustituyendo al ladrillo y al turismo como motores esenciales de la economía, están en el fondo de los nuevos planteamientos, que incluyen una revisión de la legislación laboral -que ha dejado a los trabajadores sin derechos- y un reequilibrio social, que permitan complementar el crecimiento económico con una distribución mejor del bienestar y de la riqueza.

Ha dicho Torreblanca, con razón, que este gobierno "puede funcionar sin programa de gobierno porque, más que un Gobierno, es un programa electoral". Verdaderamente, el equipo que ha tomado posesión ayer, que muestra el potencial político de un partido que aún no se había rehecho de las consecuencias nefastas de la crisis económica y que engarza con aspiraciones muy generalizadas de una sociedad abrumada por la depresión recién vivida y perpleja ante el optimismo de un gobierno eufórico por un teórico crecimiento que no llegaba realmente al bolsillo de los españoles, es toda una declaración de intenciones: ojalá que tenga tiempo, al menos, de afirmar decisivamente los principales vectores de futuro.

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