Diario de Mallorca

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Mercè  Marrero

La suerte de besar

Mercè Marrero Fuster

Quite esas manitas de encima

Un verano trabajé de camarera. Una mañana de ese verano entró una mujer a desayunar. Llevaba unas sandalias barrocas de taconazos eternos y quería un café con leche de soja. La bebida de soja es hoy tan popular como la limonada. Hace un tiempo solo los locales chic la tenían. No era el caso. La señora en cuestión era el tipo de clienta que considera innecesario levantar la vista del móvil mientras pide la consumición. "Café con leche de soja". Pausa. "Porque supongo que aquí servís soja, ¿verdad?". Ojos en el móvil y más pausa. He de reconocer que gestiono regular los conflictos, y más si me apuntan con unas sandalias barrocas, así que únicamente alcancé a decir que lo sentía, pero que nosotros éramos más de la leche de vaca. Uy. Ahí sí levantó los ojos del móvil y también su cuerpo de la silla. Habló alto y claro sobre la falta de sensibilidad hacia las intolerancias alimenticias, la mediocridad de la cafetería y, en varias ocasiones, se preguntó si Mallorca era Europa. Tener bebida de soja habría sido un punto a nuestro favor. Supondría que habíamos sido capaces de anticiparnos e identificar las necesidades de los clientes. Eso no quita que la mujer pegada a unas sandalias barrocas fuera un poco energúmena. Además de la buena o mala educación, si se observan con atención algunos comportamientos, por muy nimios o anecdóticos que estos sean, es fácil conocer la calidad humana de las personas.

Uno de los buenos momentos de la semana pasada fue ir de celebración. En concreto, al aniversario del negocio de un amigo. Una vez pasada la primera hora de adaptación al entorno y con algunas copas de vino en el cuerpo, el anfitrión agarró el micro y dio las gracias. A quienes le han acompañado en el camino, clientes, colegas y a la madre de sus hijas. Vaya. El hecho en sí no tendría nada de sorpresivo si no fuera porque llevan tiempo separados. Sus pausas, expresión y palabras transmitieron todo lo contrario a lo que muestran las parejas que se divorcian: respeto y agradecimiento. Una lección.

¿Qué hace que la calidad humana de algunas personas destaque sobre el resto? No es solo buena educación, o bondad, o empatía, o humildad, o sensación de ser alguien confiable, alguien que escucha, no prejuzga o que trata de comprender opiniones contrarias. Es una mezcla de todo, que se puede percibir en los detalles más insignificantes y que son una lección para los que estamos alrededor.

Pienso en la calidad humana tras ser espectadores, la semana pasada, de dos hechos protagonizados por dos personas que han mostrado carecer de ella y no estar a la altura de las circunstancias. El primero, la ausencia de Mariano Rajoy durante el debate de la moción de censura. Da igual dónde estuviera, si la sobremesa se le fue de las manos o si estaba en una biblioteca leyendo a James Joyce. Lo importante es que no estaba donde debía. Ningún votante merece que no den la cara por él. El segundo, las manitas de Juan Carlos Monedero sobre los hombros de la exvicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría. Una democracia de un país que merece creer en sí mismo no necesita ni la prepotencia, ni la condescendencia, ni la chulería. Hace demasiado que rebajamos el umbral de los mínimos necesarios para ganar nuestro respeto. Hace demasiado que falta eso: calidad, en general. Y humana, en concreto.

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