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Jose Jaume

Desde el siglo XX

José Jaume

Se aceleran los tiempos del cambio

El cambio que se vive en España no es solo de Gobierno, sino que concierne al entero entramado institucional; la mutación será profunda y nadie se librará de tener que afrontarla

La fenomenal pájara pillada por los dirigentes de Ciudadanos, que ha obligado a Albert Rivera a poner pie a tierra, acompañada del desfondamiento del PP, evidencia que, a velocidad inaudita, España entra en un tiempo nuevo, diametralmente diferente al vivido en las décadas precedentes, que obligará a las instituciones, si desean sobrevivir, a adaptarse, a asumir que los roles imperantes hasta hoy han dejado de ser los que marcarán el juego político.

Lo que acontece no es un mero, aunque radical, cambio de gobierno, sino más, mucho más: es una nueva institucionalidad la que se va a instaurar, todavía con perfiles indefinidos, que no se atisban a ver, pero se intuyen. Las advertencias de que el cambio pugnaba por hacerse presente, ya habían transitado un buen trecho, pero, de repente, como tantas veces sucede, y la moderna historia de España ilustra con llamativos precedentes, el acelerón se torna brutal: conduce al desmontaje del andamiaje.

Es probable que estemos en tal tesitura, porque la estructura institucional de España crujirá sobremanera. Mariano Rajoy paralizó cualquier intento de acometer la reforma constitucional. El numantinismo del PP, que no aceptará consensos, al menos hasta que después de su congreso de julio quien se haga con la presidencia del partido esté en condiciones de aceptarlos, si es que, como algunos vaticinan, no se echan definitivamente otra vez al monte para deslegitimarlo todo y a todos, que es acrisolada costumbre de la derecha hispana cuando no usufructúa el poder, al considerarlo propiedad intransferible, es promesa de meses de mucho lío.

Lo esencial, sin embargo, no es la estrategia que adopte el expartido gubernamental, casi tampoco lo que esté en condiciones de llevar a cabo el Gobierno de Pedro Sánchez; lo fundamental es que se sepa ver que no hay otro remedio que afrontar los cambios institucionales imprescindibles si se desea soslayar el colapso que merodea al sistema. Ahí radica el nudo gordiano que hay que desatar concienzudamente, salvo que se deshaga de un tajo y aguardar las consecuencias.

España, otra vez, reiterémoslo para que nadie se llame a engaño, entra en un período convulso de su historia. Las impostadas declaraciones escuchadas esos días sobre lo bien que han funcionado los mecanismos constitucionales que han conducido al cambio de gobierno, no debieran arrinconar la auténtica realidad de lo sucedido, que es la de haber abierto las puertas al genuino cambio que está por venir. El presidente Sánchez ha formado gobierno sorprendiendo por la audacia exhibida y por los nombres de las ministras (os); lo ha hecho porque ha sido capaz de percibir que la mutación que se avecina no parará en barras, que no podrá ser frenada. La estupefacción de PP y Ciudadanos es elocuente. Quién le iba a decir a Rivera, que ya se veía en la presidencia del Gobierno a lomos de las encuestas, que, en un parpadeo, quedaría en tierra de nadie, al pairo. La salida de escena de Rajoy ha sido desoladora para el partido que fue de las derechas de las Españas. Pablo Iglesias persigue redimirse y absolver a Podemos del fiasco de no haber hecho presidente a Sánchez en diciembre de 2015. El PSOE no sale de su asombro, porque el PSOE de toda la vida ha sido limpiamente apiolado. La recomposición será brutal.

El rey Felipe, al prometer Sánchez el cargo, traslució en su rostro el momento que vive España. La Corona también queda concernida.

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