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Antonio Papell

La marcha de Rajoy

Rajoy ha decidido, atinadamente, emprender el único camino digno que se abría ante sí, que era el de la renuncia a seguir presidiendo su partido. La moción de censura perdida ante la coalición de todas las demás fuerzas parlamentarias excepto Ciudadanos (que pretende sustituir al PP) reveló un rechazo ético, más o menos interesado, más o menos sincero pero en todo caso rotundo, que contenía elementos inhabilitantes que hubieran dificultado la plena regeneración del partido, su recuperación como representante de las ideas y de los intereses del centro-derecha. A buen seguro, Rajoy ha ponderado los riesgos que le acarrea perder el aforamiento cuando todavía hay bastantes causas abiertas por corrupción contra el PP, pero la coyuntura no le dejaba margen para la elección. O se marchaba, o se abría para los populares un negro camino de decadencia sin futuro.

De cualquier modo, Rajoy se ha ido poniendo en duda la legitimidad del gobierno que le sustituye, con el pobre argumento de que no han sido directamente las urnas las que han provocado la alternancia. Resulta difícil de entender que un político con tanta experiencia, como él mismo ha recordado al despedirse, aún no haya entendido los intríngulis fundamentales de la democracia parlamentaria, un sistema en que gobierna quien consigue los apoyos parlamentarios suficientes para hacerlo, y deja de gobernar si tal sostén se quiebra. Por eso tampoco tiene sentido en estos modelos el criterio de que "gobierne el partido más votado", como el PP de Rajoy ha pretendido machaconamente, sobre todo en el ámbito municipal: es posible y frecuente que el partido más votado no pueda gobernar, sencillamente porque no ha reunido el respaldo que se lo permitiría (a menos, claro está, que se implante un sistema proporcional a dos vueltas o que se promulgue una norma a la medida, que podría conducir a situaciones paradójicas).

Durante el mandato de Rajoy, la política se ha mostrado como un juego de intereses, en que el objetivo esencial era la estabilidad presupuestaria basada en el estado mínimo. Es decir, con bajos impuestos, los indispensables para que el estado de bienestar no se desmorone y ofrezca unos servicios públicos precarizados y de subsistencia. Rajoy ha brillado por sus inhibiciones -él mismo lo ha reconocido-, que en algún caso han dado resultado -la no petición del rescate es el ejemplo proverbial-, aunque nadie sabe qué hubiera ocurrido si se hubieran adoptado decisiones positivas. Es patente asimismo que el PP de Rajoy no ha tomado todas las medidas necesarias contra la corrupción, que ya venía de la etapa de Aznar, en la que Rajoy no fue ni mucho menos convidado de piedra: fue ministro durante todo el reinado aznarí (hasta que dimitió para asumir la candidatura a la presidencia en 2004), en el que al menos tres ministros de peso se corrompieron y se desarrollaron las tramas mafiosas que han terminado por derribar a los conservadores. En definitiva, ha habido pocos raptos de audacia, inteligencia o sentido de la anticipación y de la modernidad: poco hemos figurado en Europa, y el problema catalán, aunque contenido con puntualidad y dureza, ha recibido respuestas tardías y ha constituido objetivamente un colosal fracaso político.

Al contrario que Aznar, que no tuvo el menor pudor a la hora de designar con su dedazo al sucesor entre una tríada cuya sola mención hoy eriza los cabellos (y que ahora se ofrece cínicamente a renovar el centroderecha), Rajoy parece decidido a dejar a los suyos que resuelvan la sucesión a su antojo, cuando Ciudadanos ya ha ocupado el centro liberal del espectro y parece estar a punto de quedarse con el santo y la seña del hemisferio político. Parecen atisbarse ya dos candidaturas oficiosas -las formadas por García Margallo y Ana Pastor, frente a la que constituirían Sáenz de Santamaría y Núñez Feijóo-, y hay personalidades con peso incuestionable que seguramente se apuntarán a la carrera: Dolores de Cospedal y el recién llegado (a Madrid) Íñigo de la Serna podrían dar la sorpresa, alcanzar el liderazgo y desplazar el hoy escorado PP a parajes más moderados. Habrá tiempo, en todo caso, de analizar la gran movilización interna que acaba de comenzar.

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