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Marga Vives

Por cuenta propia

Marga Vives

Gestos que importan

Pedro Sánchez aborda su singladura como presidente arropado por un gobierno en el que la participación de la mujer tendrá una relevancia especial. Al margen de las proporciones numéricas, se trata del Ejecutivo con mayor representatividad femenina de la historia de la democracia española, muy lejos de gabinetes monocolores como los primeros que presidió el también socialista, Felipe González, o de otros, anteriores y posteriores, en los que la implicación de las mujeres ha sido minoritaria en cantidad y peso específico. Las ministras toman el timón de las principales políticas que quiere impulsar el nuevo mandatario y ése debe interpretarse como el primer gran gesto de coherencia de Sánchez con su compromiso por desbloquear el progreso hacia una sociedad más igualitaria y moderna. La principal declaración de intenciones en ese sentido ha sido vincular la vicepresidencia con un ministerio de Igualdad por el que ya apostó José Luis Rodríguez Zapatero y que tras una breve andadura quedó difuminado como coletilla de la nomenclatura de otro departamento.

La igualdad no es solo una cuestión de género, pero la inercia social de los últimos meses recomienda tomarse muy en serio este movimiento hacia la visibilización de lo que hace y dice un colectivo que representa a más de la mitad de la población y que, como demuestra la trayectoria de las nuevas ministras, no adeuda méritos sobre su capacidad a ninguna ley de paridad. Que las mujeres somos capaces de estar presentes en todos los registros ya lo sabíamos y por eso resulta un tanto frustrante que a estas alturas del siglo el poder en femenino sea más insólito y nos interrogue más que la foto de una toma de posesión poblada de corbatas. Pero bienvenido sea el titular porque el gesto importa si de lo que se trata es de marcar tendencia, fijar costumbre y romper techos de cristal o de cemento.

Las nuevas ministras son avanzadilla de lo que este nuevo Ejecutivo ha dicho que pretende; una sociedad más justa en términos de oportunidades y más conectada con una Europa que deberíamos dejar de sentir como algo ajeno. Los compromisos a los que ha aludido Pedro Sánchez en sus primeras intervenciones apuntan a las cuestiones de género como espacio a través del que apuntalar la igualdad y el progreso, con medidas concretas como la superación por ley de la brecha salarial, más apoyo a la dependencia -que sigue estando mayoritariamente en manos de las mujeres- y cambios en el Código Penal como punta de lanza del despliegue del Pacto de Estado contra la violencia machista.

Tomando distancia para verlo en perspectiva, todo parece indicar que la estrategia es la transversalidad, es decir, hacer que la actitud que definitivamente debe desterrar la discriminación por razones de género penetre en todos los ámbitos, no solo en el doméstico, sino también en la esfera de lo social y en la política. De entrada, la táctica tiene buena pinta y quien se niegue a respaldarla dejará en evidencia su pobrísima idea del avance social, de modo que el envite está servido. Como ha dicho la socióloga Soledad Murillo, pionera de las políticas de igualdad en el Gobierno de Zapatero, la paridad es "una obligación para democratizar el poder" y en esas parece que estamos. Habrá que ver si superamos los límites de la excepcionalidad para conquistar otras plazas, como los consejos del Ibex35 o las jefaturas de los órganos jurisdiccionales o el liderazgo de los grandes proyectos científicos. En todos esos lugares existen candidatas sobradamente preparadas para dar el salto y lo inteligente es aprovechar esa fuerza intelectual y de gestión.

En su despedida, Mariano Rajoy imprecó a su sucesor con que el Gobierno surgido de la moción de censura "nace con una debilidad extrema". Es evidente que no cuenta con la garantía absoluta de una mayoría parlamentaria para hacer prosperar sus medidas, pero no olvidemos que a las puertas del verano todavía tenemos presupuestos por estrenar porque al anterior Ejecutivo le costó bastantes concesiones atar el proyecto. Por supuesto que hay muchos obstáculos en el horizonte de un equipo de debe hacer gala de su capacidad de negociación -hay quien a la necesidad de diálogo le llama "turbulencias"-, pero de entrada conviene marcar con gestos cuál será el talante. Por eso, por ejemplo, el nuevo presidente ya ha anunciado un cambio de postura en materia de energías renovables, en la que Europa urge a los estados miembros a comprometerse en el horizonte de 2030, un aspecto en el que el anterior Ejecutivo ha mantenido una de las actitudes más cerradas de la UE, según los expertos, y que puede enfrentar al actual Gobierno con el poder fáctico de las eléctricas. La gente espera medidas de calado, que subrayen un cambio que en la calle ha venido preparándose con la movilización ciudadana. Los sindicatos han verbalizado algunas de estas pretensiones, como la derogación de la reforma laboral o de la ley Mordaza. Se pide un pacto de Estado por la educación, el refuerzo de la sanidad, la recuperación, al fin, de algunos sectores en sintonía con la nueva fase de crecimiento económico. Se reclama lógica en las políticas públicas y no tendría que ser más difícil de lo que fue que prosperara la moción de censura.

Hemos vivido tal sucesión de acontecimientos históricos en los últimos días que cuesta aislar uno solo y situarlo por encima de los demás. Y quizás no cabe esperar muchas más realizaciones de las que son posibles con todos los condicionantes de plazo de legislatura y margen de maniobra que existen en el nuevo escenario institucional que se abre. Por eso los gestos van a ser muy importantes para determinar si a la larga este aparente cambio de formas nos puede traer al fin las transformaciones que hemos estado esperando.

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