Diario de Mallorca

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Ha hecho falta una crisis seria en la política española para que quedase muy claro lo poco que han cambiado en realidad las cosas. La primera moción de censura que ha tenido éxito en la joven historia de la democracia española parece el ejemplo perfecto de que algo distinto bulle en el parlamento. Pero basta con examinar la manera como ha triunfado para que se compruebe que no, que los modos siguen igual que siempre. Dos grandes bloques, uno a la izquierda y otro a la derecha, por entendernos, y unos partidos bisagra de escasa pero crucial representación en el Congreso que deciden de qué lado cae la balanza. La única novedad consiste en que han aparecido partidos nuevos pero esa diferencia importa poco. Ciudadanos, asignable a la derecha -centro derecha o derecha pura, según sea a quién se le pregunte-, ha tenido un peso nulo en la moción salvo para precipitar, ante el temor de todos a su triunfo en unas elecciones anticipadas, el éxito del PSOE. Y Podemos no ha hecho sino lo que había sido siempre la opción más lógica de Izquierda Unida: sumarse a los socialistas. La verdadera clave del resultado de la moción de censura ha estado en los partidos nacionalistas catalanes y vascos, que han apoyado a Pedro Sánchez. En otras ocasiones llevaron al poder al Partido Popular. Entonces y ahora, el Gobierno ha sido una cuestión bipartidista. Insisto: qué poco han cambiado las cosas.

Pero el problema de fondo permanece: la camisa constitucional que nos sirvió de marco de convivencia desde la desaparición de la dictadura nos viene estrecha. Aunque haya muy pocas cosas en las que coincidan todas las fuerzas políticas, la de la necesidad del cambio es reconocida de manera universal. Pero lo que nadie sabe es cómo llevarlo a cabo. Mediante diálogo, sí, pero ¿cómo y cuándo?

Una parte del cómo, se conoce. Son los partidos políticos actuales los que han de ponerse de acuerdo y parte del drama en el que andamos metidos tiene que ver por la crisis profunda en la que andan los dos principales, el socialista y el popular. Si el éxito de la moción de censura ha dado alas al PSOE, ha sido a cambio de adentrarlo por un camino que sería más de llegada que de partida. No parece que los socialistas cuenten, hoy por hoy, con un núcleo capaz de liderar la reforma constitucional. Y la caída de Rajoy ha sumido al PP en un aquelarre en el que los cuchillos afilados saltan. Baste con recordar las declaraciones, insólitas en nuestro patio político, de Margallo desenterrando el hacha de guerra.

Así que, en el fondo, siguen siendo los nacionalistas los que decidirán qué hacer. Si se instalan en la ruptura, nadie sabe hasta dónde puede llegar el conflicto, con los socialistas llevando ahora el timón del Estado. Si optan por dar alas al cambio hacia unas formas más federales, quedan pendientes obstáculos tremendos, como el del cupo vasco. No tardará en salir quien piense que con las ambigüedades de 1978 estábamos mejor.

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