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Matías Vallés

Opinión

Matías Vallés

Rajoy toma al fin una decisión

Mariano Rajoy ha gozado de ocasiones sobradas para abandonar La Moncloa de puntillas. Ahí están los mensajes y sobresueldos comprometedores, o los dos peores resultados electorales del PP en toda su historia. Por no hablar de la dilución del partido en las autonómicas en general y en las catalanas en particular. O la caída libre en los sondeos, o incluso la inesperada resurrección de Pedro Sánchez.

Rajoy acierta al concluir que la sentencia de Gürtel no es para tanto, si se compara con otros episodios oscuros de su biografía. Sin embargo, debió reparar en que no podía permanecer colgado eternamente de un brazo sobre el abismo, por cómodo que se encontrara en dicha situación. La actual legislatura reposaba sobre una mentira bien empaquetada por los estadísticos, "los números no salen". El PP debía continuar con independencia de la configuración parlamentaria.

Rajoy piensa que todas las mayorías son absolutas. La patraña se disolvió la semana pasada. El Congreso de geometría endiablada también era reversible. No se ha insistido lo suficiente en la lógica aplastante de que los diputados socialistas dejaran de respaldar a Rajoy, para apoyar por contraste y excepcionalmente a un candidato del PSOE. Esta evidencia ha sido calificada de vuelco, cuando no de temeridad insostenible. El cambio no afecta a los cinco diputados del PNV, sino a los ochenta de izquierdas que en 2016 pecaron por abstención.

Por culpa de las matemáticas, Rajoy toma al fin una decisión. La noticia reside en el inexplicable retraso de su partida. Se va como Zidane, con el matiz de que ha perdido tres Champions consecutivas. La mejoría evidente de la economía, a lomos de los salarios y de un barril de petróleo a mitad de precio, se corresponde con la trayectoria de Portugal, Irlanda, Grecia, Europa del Este y demás países gobernados en realidad por Mario Draghi.

Un partido adulto como el PP ha padecido la vergüenza de requerir a su eterno rival para librarse de un líder tóxico. En un homenaje agónico al bipartidismo, Sánchez arrojó un salvavidas al cuello del PP. Lo más probable era que fallara el lanzamiento, pero los restantes grupos enderezaron la mano temblorosa del nuevo presidente del Gobierno.

A la hora de las lágrimas de desdicha o de dicha, ni un solo partido español se declaró afecto a Rajoy en la moción de censura, por mucho que Ciudadanos votara disciplinadamente a las órdenes del PP. La pérdida de La Moncloa es trivial para Rajoy, comparada con la oxidación de la etiqueta de superviviente que lucía como un entorchado.

Sánchez ha adquirido el despacho y la supervivencia. Hasta su caída, el análisis político no se distingue del químico en sus leyes inapelables. El casi superviviente Rajoy se entrenó desde antes de su caída en la ruta del Rey emérito, de restaurante en restaurante con sobremesas que enlazan con el horario de la cena.

Núñez Feijóo era el candidato ideal del PP, pero en 2011, y de aquel año han pasado ya varios siglos. Rajoy sería hoy añorado si hubiera dimitido entonces. La sedimentación de su imagen costará décadas. No importa, sabe esperar.

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