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Inventario de perplejidades

De Julio César a Mariano Rajoy

El asesinato de Julio César (15 de marzo del año 44 antes de Cristo) y la muerte política de Mariano Rajoy (2 de junio de 2018 después de Cristo) tienen algunos aspectos en común. Los dos tuvieron lugar en sede parlamentaria (el Senado romano era el Parlamento de aquella época). Los dos se produjeron a manos de parlamentarios, sin mediar elecciones previas. Y en los dos los líderes afectados no dieron importancia a unos conspiradores que estimaban muy por debajo de ellos en capacidad intelectual y política.

Estaban al tanto de los rumores que corrían por Roma y por Madrid pero los desoyeron y la soberbia les perdió. La sorpresa de Julio César, al ver a su protegido Marco Junio Bruto entre los conjurados que lo apuñalaban, debió de ser pareja a la que experimentó Mariano Rajoy al ver con el cuchillo en la mano al señor Esteban, portavoz del PNV, con el que acababa de pactar en los Presupuestos unas condiciones muy favorables para el País Vasco. La conjura contra Julio César, fuera de su eliminación física, no alteró la correlación de fuerzas en la República (dominio de los poderosos sobre la plebe), y al poco Augusto se proclamó emperador para proteger aquellos intereses con mayor eficiencia.

Y la conjura contra Mariano Rajoy, fuera de su (momentánea, por supuesto) eliminación como gobernante, tampoco parece que vaya a alterar demasiado la estructura del poder real. Y menos con un partido socialdemócrata en inferioridad parlamentaria y con una notable disidencia interna ( Felipe González ya ha pedido generales tras el verano).

En cualquier caso, el entretenimiento está garantizado. Los parlamentarios que comanda el matrimonio Iglesias han celebrado la caída de Rajoy como festejan los hinchas del fútbol la salvación de su equipo. Y los independentistas catalanes le han pedido al señor Sánchez el acercamiento de los presos llamados políticos a cárceles de Cataluña, el cese del control del ministerio de Hacienda del Estado sobre las cuentas de la Generalitat y una negociación de igual a igual entre el gobierno autónomo y el central.

Eso, de momento. Los tiempos de zozobra son propicios al aventurerismo intelectual y a las propuestas pretendidamente geniales. Acabo de leer, por ejemplo, que algunos empresarios catalanes, con la anuencia del señor Torra, han avanzado la idea de una mini-Constitución dentro de la Constitución española: un texto legal que desbordaría el estatut de Cataluña y la Constitución española para avanzar hacia la autodeterminación. Y con más dinero de todos, se supone, para mantener el invento.

Añádase a esa iniciativa el proyecto del señor Sánchez de una España como "nación de naciones" y tendremos un jeroglífico más entretenido de descifrar que un sudoku. En este país, imaginación no falta.

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