Ciudadanos, que tocaba el poder con la punta de los dedos cuarenta y ocho horas antes de la moción de censura, ha sido el gran perdedor en este giro súbito de la política española, ya que no hay peor cosa en estas lides que ubicarse con afectada rotundidad en un lugar equivocado, y su posición actual, como único compañero de viaje del PP, es muy desairada.
Sin embargo, debe templar los nervios si no quiere que su decadencia sea irreversible. Porque ayer, Arrimadas aseguraba que los partidos independentistas están "salivando políticamente" ante el Gobierno de Pedro Sánchez, al que ha calificó de "débil", "sin proyecto de futuro para España y maniatado".
El análisis merece, de entrada, una sonora carcajada, ya que ni Puigdemont ni sus acólitos 'del interior' han escatimado muestras de indignación y desagrado ante la designación de Josep Borrell como ministro de Asuntos Exteriores, cuando todavía no sabían que Economía recaería en manos de una altísima directiva de la Unión Europea. Toda clase de improperios han caído ya sobre el ministro catalán, el hombre que ha desautorizado al soberanismo con más y mejores argumentos, y quien con más credibilidad explicará a Europa que los nacionalistas xenófobos que rodean a Torra son la caverna, en las antípodas del cosmopolitismo y la internacionalización que configuran hoy la modernidad de la Unión Europa.
