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Camilo José Cela Conde

Razones de una caída

La insólita coalición que ha dado al traste con el gobierno del Partido Popular tras conocerse la sentencia del caso Gürtel no ha convertido en presidente a Pedro Sánchez como castigo por la corrupción, pese a que haya sido ése el motivo esgrimido por cuanto portavoz ha desfilado por la tribuna de oradores del Congreso de los Diputados. Los partidos políticos no se mueven por claves éticas sino guiados por sus expectativas electorales. Ha sido suficiente que las encuestas pronosticasen la victoria de Ciudadanos en unas elecciones inmediatas para que, al declarar Albert Rivera liquidada la legislatura retirando su apoyo a los populares, el resto de la oposición se tentase las carnes ante la posibilidad nada remota de verle ocupando el despacho de la presidencia. Tras mostrarse contrario a un pacto con el Partido Nacionalista Vasco que aumentase el cupo del que disfruta Euskadi a cambio del apoyo del PNV a los presupuestos; tras pedir un endurecimiento del artículo 155 en Cataluña, Ciudadanos subió como la espuma en los sondeos ganándose de paso la animadversión de todo el resto del abanico parlamentario. Si nunca antes había triunfado una moción de censura, jamás hasta ahora se había producido una confluencia de intereses unánime contra un partido con tan escaso bagaje de escaños como el que Ciudadanos tiene en estos momentos.

La cuestión crucial es cuánto durará esa coincidencia que sostiene a Sánchez en su cargo. El Partido Popular ya ha anunciado que la venganza contra el PNV puede comenzar mediante la impugnación en el Senado de los artículos de la ley de presupuestos que le conceden el trato de favor. Puede que sea sólo un gesto si, al devolverse al Congreso, la coalición antiPP mantiene su unidad de voto. Pero semejante suma de componentes tan dispersos y aun contradictorios puede tener un recorrido muy corto. Bastará con que el soberanismo catalán ponga la mano exigiendo recibir el precio de sus votos para que el presidente recién llegado se vea en un compromiso cuya dificultad no se le escapa a nadie.

Sánchez se encuentra a años luz de la capacidad de negociación que tenía Adolfo Suárez -ni siquiera es capaz de manejar con soltura su propio partido- y ninguno de los líderes que lograron el acuerdo de la transición de 1978 están en el poder ya. Así que el milagro necesario para que catalanes y vascos se avengan a mantener un Estado unido por medio de reformas constitucionales que den satisfacción a las ansias soberanistas se antoja imposible. Lo que se ceda en el camino a la independencia tendrá sin duda contestación dentro de las propias filas socialistas. Ya se ha producido una advertencia a tal respecto por parte de los barones del partido. Pero si esas condiciones no se dan, ¿cuánto tiempo podrá mantener Sánchez la presidencia? Encontrar razones para votar a la contra es muchísimo más fácil que hallarlas para seguir un camino común de la mano.

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