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Antonio Papell

El fracaso de la Euroorden

Llevamos demasiado tiempo a vueltas con la euroorden en el intento de conseguir la extradición de los promotores del 1-O. Y el mecanismo parece haber fracasado en Bélgica, sin que nadie parezca extrañarse por ello, cuando están en juego los fundamentos de la propia UE. La euroorden fue establecida mediante la decisión marco del Consejo del 13 de junio de 2002 "relativa a la orden de detención europea y a los procedimientos de entrega entre Estados miembros". Su existencia pende del artículo 3, apartado 2, del Tratado de la Unión Europea (TUE), que dispone textualmente: "La Unión ofrecerá a sus ciudadanos un espacio de libertad, seguridad y justicia sin fronteras interiores, en el que esté garantizada la libre circulación de personas conjuntamente con medidas adecuadas en materia de control de las fronteras exteriores, asilo, inmigración y de prevención y lucha contra la delincuencia".

El criterio que justifica la euroorden es fácil de entender: puesto que todos los socios comunitarios son impecables democracias parlamentarias, que mantienen por tanto separación de poderes y un sistema de garantías que protege a sus ciudadanos, es lógico que quien sea reclamado por un tribunal por haber infringido las leyes de uno cualquiera de estos países sea entregado de inmediato, sin más averiguaciones. De hecho, no es ni siquiera necesario constatar la doble incriminación -que el hecho sea delito en los dos países, el reclamante y el que entrega al delincuente- en una larga serie de delitos, desde terrorismo a violación, pasando por blanqueo, racismo o xenofobia. Sin embargo, a la vista está que la facilidad con que se entrega a un delincuente común no se manifiesta cuando los delitos que se persiguen tienen que ver con cuestiones más delicadas, como los atentados a la propia democracia, los delitos de opinión, etc. No es tendencioso afirmar que las justicias belga y alemana están viendo con recelo las reclamaciones españolas de extradición de personas que han tratado de quebrar nuestro orden constitucional. Quienes tenemos memoria y suficiente edad para recordarlo, experimentamos una sensación semejante a la que percibíamos cuando Francia planteaba incomprensibles objeciones a la hora de ayudar a la naciente democracia española a luchar contra ETA. Diríase que el fantasma del franquismo todavía nubla las mentes de los jueces franceses y belgas. No existe, en fin "un espacio de libertad, seguridad y justicia". Y, de hecho, eso ya lo sabíamos porque se ha tolerado que tres países del Este de la Unión Europea, que forman el Grupo de Visegrado, cometan desviaciones injustificables desde el punto de vista de los grandes principios europeos que se contienen en el Tratado. En la Hungría de Viktor Orban, recién reelegido por cierto, no se respetan los derechos de los inmigrantes, no existe verdadera libertad de expresión y el poder judicial está claramente sometido al Ejecutivo.

Así las cosas, conviene quizá que todos sepamos dónde estamos. No es de recibo que la justicia alemana realice un verdadero juicio previo a Puigdemont antes de entregarlo, cuando lo único que debería comprobar es si en Alemania se castiga el intento de provocar una secesión ilegal de un land. Por lo demás, la decisión de extraditar o no a un extranjero es un acto de soberanía que incumbe al poder político, no al judicial. Por ello, el gobierno alemán debería movilizarse con alarma al constatar que una interpretación restrictiva de la euroorden por sus propios tribunales está destrozando el espacio judicial europeo. Y España también debería presionar políticamente, para poner en evidencia a quienes tergiversan el espíritu delas leyes europeas. Su baza debería ser la amenaza, perfectamente lógica, de cuestionar Schengen. Si no hay confianza entre los aparatos judiciales de los países miembros, no tiene sentido la libre circulación de personas. Los delincuentes han de ser detenidos en frontera para eludir el riesgo de impunidad. Probablemente la sangre no llegaría al río pero quizá poniendo estos argumentos sobre la mesa se liberarían algunos frenos que hoy entorpecen el devenir de Europa.

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