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Antonio Papell

Pedro Sánchez, un encargo endiablado

Pedro Sánchez es ya presidente del Gobierno. El cargo es la a la vez el premio a su valiente iniciativa de presentar una pertinente moción de censura que pusiera coto a una situación insostenible, y el castigo metafórico a una audacia que, aunque plausible en esta época de previsibilidad y pusilanimidad excesivas, pondrá a prueba sus capacidades y su instinto político, así como la cohesión y la fortaleza de su partido.

Pedro Sánchez está al frente de un conglomerado inmanejable de fuerzas políticas, y esta evidencia, que se supone ya interiorizada por el nuevo jefe del Ejecutivo, debe presidir toda su ejecutoria. Sin embargo, el hecho de la investidura, que es una prueba de confianza (por mínima que sea, en ciertos casos) a la vez que el testimonio de un rechazo rotundo a su predecesor, debería permitirle llevar a cabo la estabilización que ha prometido, y en un tiempo necesariamente breve porque las contradicciones internas que asomarán con rapidez de este conglomerado heterogéneo harán inevitable una convocatoria de elecciones más tempranera que tardía. La estabilización requerirá, sin duda, raudales de inteligencia política, por lo que cabe imaginar que Sánchez dotará a los ministerios clave -los llamados de Estado- de titulares solventes y con experiencia.

La aceptación por Sánchez del presupuesto de 2018, que lógicamente podrá ser matizado tras su aprobación definitiva con algunos cambios de orientación, es -además del gesto que ha terminado de convencer al PNV- una medida acertada, toda vez que permitirá al nuevo gobierno partir de unos datos macro equilibrados para dedicarse a una labor eminentemente política, que deberá estar centrada en dos grandes iniciativas:

Por una parte, Sánchez tiene que emprender un diálogo abierto y riguroso con le independentismo catalán, aprovechando los evidentes signos razonables que han lanzado sectores del soberanismo, que producen relativamente buenos augurios (en especial, ERC, que a través de Junqueras da a entender un repliegue al interior del marco del estado de derecho). Sánchez deberá mantener, como es lógico, el consenso con las fuerzas constitucionales, pero habrá de estar abierto a cuantas propuestas quepan en este generoso ámbito de libertad que la Carta Magna nos otorga. Desde la solución federal que el PSOE ha abanderado siempre hasta que la cuasi confederal que acaba de enunciar el Círculo de Economía, hay un abanico de reformas posibles en cuyo desarrollo inteligente puede estar el fin del conflicto.

Por otra parte, parece lógico que Sánchez retome las iniciativas que ya cuentan con el consenso de toda la antigua oposición a Rajoy, y que no llegaron a plasmarse por la negativa del PP, que ni siquiera dio facilidades cuando el Constitucional puso límites a su interpretación del artículo 134.6 de la Carta Magna, que otorga un derecho de veto -ahora se sabe que limitado- al Gobierno en aquellas proposiciones y enmiendas que supongan aumento de los créditos o disminución de los ingresos. La reforma de la ley de Seguridad Ciudadana, la plasmación del pacto educativo, la reforma de la legislación laboral, la reforma la financiación autonómica, etc., son asuntos que requieren amplios consensos y que un gobierno nuevo puede poner en pie con relativa rapidez.

Estos desarrollos, en un contexto de estricto cumplimiento de los compromisos europeos, unidos a una clara preocupación por la lucha contra la pobreza laboral y por la desigualdad insoportable que ha derivado de la crisis, pueden devolver la ilusión a este país, que tiene la oportunidad de abrir un tiempo nuevo. Lógicamente, la heterogeneidad de los apoyos y la palabra dada recomiendan no prolongar en demasía este tramo excepcional de la legislatura, por lo que un horizonte razonable para fijar las elecciones generales podría ser el de las elecciones autonómicas, municipales y europeas que van a celebrarse en mayo del año que viene.

Ese periodo de tiempo de menos de un año puede ser suficiente para que el PP, que tiene que tomar decisiones internas de calado, tenga tiempo de reconstruirse; para que Ciudadanos -el gran damnificado de este episodio- recomponga la figura, y para que, superada la anomalía que venimos de vivir, las organizaciones se apresten a adaptarse al nuevo modelo democrático y parlamentario pluripartidista en que nos encontramos y en que la estabilidad futura dependerá en gran medida de la capacidad de los actores a la hora de negociar y acordar.

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