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El ingenuo seductor

El maldito mail de la protección de datos

"Si no pagas por algo, no eres el cliente sino el producto que se vende". La comercialización y control de nuestros datos es tal sustento de negocio que difícilmente va a modificarse por la entrada en vigor de una ley

Como Neo rodeado de agentes Smith que quieren proteger su Matrix. Así llevo sintiéndome las dos últimas semanas cada vez que abro mi correo electrónico o intento navegar por la red. El pasado 25 de mayo entraba en vigor el nuevo reglamento general de protección de datos que aprobó el Parlamento Europeo hace dos años. El mismo tiempo han tenido las entidades para adaptarse a la nueva legislación pero todas lo han hecho en estos últimos quince días. Eso sí que es Marca España.

Al parecer, este cambio va a sentar las bases de un vínculo mucho más razonable entre las empresas que solicitan mis datos y yo mismo, dueño y señor de esos datos. Una manera de acabar con ese marketing invasivo que llenaba mi carpeta de spam cada vez que consultaba el correo. Pues bien, si tengo que definir el asalto de estos últimos días con la palabra "razonable", algo en mi cerebro no está funcionando como debería. Aún estoy intentando comprender la cantidad de empresas, entes y demás seres del universo digital a los que les he facilitado mis datos. Me he sentido como si me hubiesen invitado a una reunión de ex amantes. El momento perfecto para preguntarse "pero ¿qué vi yo en él?" o "¿en qué debía estar pensando cuando le hice una copia de mis llaves?"

Porque todos esos mails de empresas con las que mantuviste algún tipo de relación en el pasado vuelven a ti con las estrategias del peor ex: haciéndote creer que eres importante en su vida, que nadie te cuida como ellos, que dónde vas a estar mejor que en sus brazos, que lo que os une es indestructible, para que, una vez vuelvas a confiar en él, tratarte como a uno más de sus múltiples rollos de una noche. Como los fantasmas de las navidades pasadas (versión big data), todas esas empresas han regresado para recordarme que si no les doy mi consentimiento, mi existencia va a ser un infierno de desinformación.

Hay un apartado de la nueva ley que me recuerda mucho el tema que este país estuvo debatiendo hace tres semanas. El reglamento exige que el consentimiento para usar mis datos no pueda ser tácito, como venía siendo hasta ahora; solo lo permite un SÍ inequívoco y claro. Quizá acabemos viviendo en una sociedad en la que nuestros datos estén más protegidos que nosotros mismos. Por eso todos buscan mi SÍ y ahora no sé si quiero comprometerme o no. Lo que sí tengo claro es que no quiero abrir mi correo electrónico y encontrármelo lleno de publicidad porque para eso ya tengo el buzón ordinario de mi casa.

La frase que resume este comienzo de siglo seguramente fue tecleada por Andrew Lewis en un ordenador: "Si no pagas por algo, no eres el cliente sino el producto que se vende". La comercialización y control de nuestros datos es tal sustento de negocio que difícilmente va a modificarse por la entrada en vigor de una ley. Porque para alquilar un piso, comprarte un billete de avión, para reservar mesa en un restaurante, adquirir una entrada al teatro o solicitar un taxi a través de una aplicación, tienes que facilitar tus datos, registrarte en su dominio, darles el 'sí' porque, de lo contrario, no podrás usar el servicio. Aceptar sus cookies para poder leer una simple noticia. Es el absurdo de la crema de protección solar en versión inteligencia artificial: a partir de un determinado factor, la protección de la radiación es prácticamente inexistente. Y más si crees que por el mero hecho de embadurnarte en un FPS 80 puedes exponerte al sol una jornada entera. Así la sociedad de la inteligencia artificial ha creado la estupidez artificial, para equilibrar la balanza.

Facebook, Instagram y Twitter me han venido a decir que cuanto más protegiese mi privacidad menos sentido tenía mantener mi cuenta en su red social. Y hasta llegué a comprender su argumento. No tiene mucho sentido formar parte de una red social en la que no socializas porque es tal el precio que le pones a tu privacidad que hay más vida social en el portal de tu edificio que en tu muro del Facebook. Al final, no importa lo restrictiva que sea la ley. Al final, el neoliberalismo manipula tu concepto de la libertad como solo ellos saben hacer. Eres libre de elegir. Estás con nosotros o no estas. Y si eliges no estar, luego no te quejes. Y me los imagino sonriendo, como el mafioso que te cuenta, amablemente, que conoce el colegio en el que estudian tus hijos.

Todo el mundo ha adaptado su política de protección de datos a la nueva normativa. De momento, no le he dado un 'sí' inequívoco y claro a nadie. Veré cuanto aguanto. Y no es porque no valore que mis datos estén protegidos ante la codicia de terceros, que es muy de agradecer; es que no quiero que me informéis de cada paso que dais, de cada novedad, de cada fiesta y de cada publicación que hacéis. Porque mi fidelidad tiene un límite y es inversamente proporcional al número de mails y newsletters que recibo a la semana.

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