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Antonio Papell

La renovación necesaria

De la sesión parlamentaria de ayer, cada cual habrá extraído conclusiones personales más o menos claras y rotundas, y es de suponer que también los actores que tienen en su manos el desenlace de la moción de censura. Y es probable que una de las ideas predominantes, quizá la que más ha penetrado en unos y en otros, ha sido la de que Rajoy, enrabietado como si alguien le hubiera faltado al respeto, está agotado y no puede seguir al frente del gobierno. En otras palabras, si la moción no prosperase, tampoco quedaría reafirmado el presidente del Gobierno, que ha perdido explícitamente todos los apoyos externos y no está por tanto en condiciones de gobernar con sus exiguos 134 diputados. Las innegables habilidades parlamentarias de Rajoy no le han valido para que la opinión pública ni la superestructura política hayan cambiado de punto de vista. Más bien al contrario: la sobreactuación constante de un Rajoy nervioso y agresivo y su detestable personalización del caso en la figura del candidato ha destacado que también en esta vía todo vale, hasta la demagogia más pueril, para intentar eludir lo inevitable.

Pedro Sánchez explicó ayer las razones de su moción de censura, requerida por higiene democrática después de una secuencia de despropósitos. Si tras una decadencia como la experimentada no se hubiera producido una reacción institucional contundente, hubiese fallado la ética democrática y la sociedad hubiera experimentado una insufrible decepción. En este sentido, la moción ha sido un acto de regeneración antes que una propuesta de gobierno. "Dimita y todo terminará", ofreció Sánchez, pero el atrincheramiento no ha cedido en absoluto. La lectura de la relación de imputados y condenados del PP es tan impresionante que lo explica todo. Y la imagen del presidente del gobierno, en julio del año pasado, prestando declaración ante el tribunal de Gürtel, compendia tales argumentos, sobre todo después de que se haya conocido que el tribunal no le ha considerado siquiera un "testigo creíble". El elogio de Sánchez a la labor callada de los jueces y ciudadanos anónimos que han luchado contra la impunidad ha tenido instantes emocionantes.

Sánchez ha invocado además razones de fondo: la indignación de un país que ha estado sometido a condiciones de austeridad y sacrificio, y que ahora ve cómo mientras tanto se enriquecía una parte importante de su élite, la que ahora está pagando en los tribunales el precio de su abuso.

No cabe duda de que esta crisis suscitada por el estallido judicial -la primera sentencia del caso Gürtel horas después de la detención de Eduardo Zaplana- se resuelve mediante la moción de censura, pero es claro en todo caso que no podrá hablarse de verdadera normalidad hasta que tengan lugar unas elecciones. Unas elecciones que serán las encargadas de atribuir méritos y deméritos a las distintas fuerzas políticas, que en los últimos dos años se han ido retratando ante la ciudadanía. Las encuestas tienen escaso valor político pero no es aventurado afirmar que la correlación de fuerzas ha variado y que el propio PP se ha hundido en la cotización popular.

"No se puede obligar a un país a elegir entre democracia y estabilidad", ha dicho Sánchez, para culminar su exposición de una iniciativa que da "respuesta institucional a una emergencia institucional".

El esbozo de programa de Sánchez, en cuatro capítulos (institucional y de regeneración democrática, economía y presupuestos, social y medioambiental, territorial) incluye el mantenimiento del presupuesto recién aprobado -algo que complace al PNV, evidentemente, y que ya ha fructificado en forma de apoyo explícito- y se limita a hacer prosperar las resoluciones aprobadas por la oposición a lo largo de la legislatura y que habían sido paralizadas por Rajoy. Y culmina en la convocatoria consensuada de elecciones, para la que no ha fijado plazo.

La aprobación probable de la moción, que esta mañana se decide, no resolvería por sí sola el futuro pero permitiría un salto cualitativo hacia la recuperación de la ilusión colectiva y, desde luego, hacia la búsqueda de consensos territoriales que apacigüen la crisis catalana, "restablezcan las relaciones de diálogo" y abran caminos verdaderos de futuro, creativos y no siempre a la defensiva.

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