Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Camilo José Cela Conde

Política y gestión

Se supone que el trabajo de todo ministro es doble. Por un lado, ha de gestionar de la mejor manera posible los recursos públicos de que dispone, cosa que implica hacerlo de forma responsable en beneficio de los intereses de los ciudadanos. Por añadidura, ha de promover leyes que faciliten el funcionamiento de su cartera mediante proyectos que se trasladarán para su discusión a las Cortes. No es tarea propio de los ministros -salvo, tal vez, del portavoz del ejecutivo-, el ofrecer puntos de vista y criticar el día a día de la actividad política tanto parlamentaria como extraparlamentaria. Lo que opine, por ejemplo, el ministro de Fomento acerca de los intentos de sacar a Cataluña del Estado común, o bien no nos debería interesar o, de hacerlo, sólo tendría importancia en aquello que afecte a los transportes, las obras públicas y las comunicaciones. Una y otra dimensión de la tarea ministerial corresponden a lo que cabría llamar "gestión" frente a "política", por más que en este terreno toda gestión sea política y toda política necesite de la gestión.

Pero esa teoría general sacada de cualquier libro de texto tropieza con la hiperactividad en el campo de las palabras, que contrasta no poco con la hipoactividad en materia de hechos. Un ejemplo excelente de que es así se tiene gracias al reciente tirón de orejas a la ministra de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad, Dolors Monserrat, reprobada por el Congreso a causa de su gestión del pacto de Estado contra la violencia machista. Es éste uno de los muy escasos episodios en los que todo el abanico parlamentario español había ido de la mano para poner coto a la barbarie de la violencia de género. Pero ni aun con la unanimidad como respaldo ha sido posible disponer de los fondos necesarios para que las medidas que han terminar con esa lacra echen a andar. Lo más que se ha conseguido es que figuren 200 millones de euros en la ley de Presupuestos que ahora la moción de censura de Sánchez puede dejar en suspenso.

Ni que decir tiene que ese rechazo a la incapacidad de la ministra Monserrat para gestionar su departamento tiene una clave de lectura política, siguiendo la distinción de las tareas ministeriales del principio de esta cuartilla. La señora Monserrat ha sido reprobada porque el Partido Popular no tiene mayoría en el Congreso; de tenerla, ni aunque dejase caer su ministerio en pedazos habría recibido el menor coscorrón. Como resultado irónico de ese hecho, no recuerdo qué alto cargo dijo hace unas cuantas legislaturas -éstas vuelan, en los últimos tiempos- que si a un ministro no le reprueban en las Cortes es porque no sirve para nada.

Vivimos una época de parloteo incesante que está convirtiendo en ausente toda gestión. El ejemplo de Cataluña es sangrante pero ese efecto se está extendiendo al reino entero. Con el efecto tremendo de que la ministra Monserrat puede terminar presumiendo de su reprobación.

Compartir el artículo

stats