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Sobre héroes, villanos y cinismo

Empiezo a pensar que lo que de verdad nos caracteriza es nuestra asombrosa capacidad para defender una cosa y la contraria según a quien afecte o lo de acuerdo que estemos con lo que ocurre

Está el país como para escribir un artículo con tres días de antelación. Como periodista, les digo que últimamente los informativos se empiezan a parecer demasiado a un guión de los Monty Phyton. Un artículo siempre nace barruntando: ¿a qué o a quién le dedico yo el miércoles que viene mis 800 palabras? Les confieso que mi primera opción fue el proyecto de vida en común de Pablo Iglesias e Irene Montero, que pasa necesariamente por un chalé de 600 mil pepinos para alejar de sí el 'jarabe democrático'. Y su coherencia. Avalado -contra todo pronóstico- por una consulta a las bases en la que el porcentaje total de votos llegaba al 100'35%. Supongo que a mí me enseñaron las matemáticas de la casta. Luego llegó la no entrada en prisión de Valtonyc. Al final, la sentencia de la Gürtel y la moción de censura. Así que no me queda más remedio que escribir sobre el cinismo.

Se suele decir que el pecado nacional es la envidia. Pero empiezo a pensar que lo que de verdad nos caracteriza es nuestra asombrosa capacidad para defender una cosa y la contraria según a quien afecte o lo de acuerdo que estemos con lo que ocurre. Sin despeinarnos. Sin alterar el rictus. Visto lo visto, propongo que los meses impares los escraches sean necesarios para que los políticos no se alejen de la calle y los impares sean un acoso intolerable. En invierno y primavera, la justicia está al servicio del gobierno y es una basura por sentencias como las de la Manada. En verano y otoño, tiene toda la razón del mundo por dudar de la credibilidad como testigo de Mariano Rajoy. Lo que no tengo claro aún es en qué estación situaríamos al -incomprensiblemente, todavía- Ministro de Justicia. O a Cospedal. Y estamos encantados de que el partido de los ERE -comparen cifras- y quienes les apoyan en Andalucía enarbolen la bandera de la lucha contra la corrupción. Por cierto, no termino de entender muy bien la sorpresa ante una sentencia que acredita lo que todos ya sabíamos, o intuíamos. Falta saber con exactitud quién será el misterioso M.Rajoy. En cualquier caso, bienvenida sea la reacción. Aunque algunos quieran convertir en villanos que actúan contra España a quienes piden que se asuman responsabilidades.

En lo único en lo que parece que no somos incoherentes -aunque no tengo muy claro que sea una virtud- es en encumbrar a Josep Miquel Arenas, Valtonyc, como héroe de la libertad de expresión. Me han leído ustedes últimamente defender el sistema judicial de este país ante los innumerables ataques que ha recibido. Para que vean lo demagógico que puede llegar a ser comparar penas, el cabecilla de la Gürtel, Francisco Correa, ha sido condenado a 51 años de prisión por delitos económicos, una pena mayor que la de los etarras que asesinaron a Miguel Ángel Blanco, o que la de José Bretón por matar a sus hijos.

Todo esto se lo digo porque podemos discutir sobre si la condena a 3 años y medio de prisión para Valtonyc es desproporcionada o no. Pero convendría centrar el debate, que es el de los límites de la libertad de expresión. Está reconocida por el artículo 20 de la Constitución, pero acotada por el 18, que protege el derecho al honor, la intimidad y la propia imagen. Y, por supuesto, por el Código Penal. Porque no tengo muy claro que amenazar cantando -por llamarlo de alguna manera- sea menos grave que hacerlo de otra forma. O pedir que se pongan bombas a guardias civiles y fiscales en un país donde hasta hace dos días eso ocurría. ¿Se imaginan qué pasaría si me voy yo ahora a Alemania a decirles en do menor que hay que gasear judíos? Tal vez sería bueno no confundir la libertad de expresión con el libertinaje. Y recordar que los derechos de unos terminan donde empiezan los de otros.

Pienso que algún me gustaría tener hijos. Y que no es exactamente este el país que querría dejarles. Convertir a Valtonyc en una suerte de mártir en pro de la libertad de expresión es asumir que tenemos derechos infinitos, que no conllevan ninguna responsabilidad. La infancia eterna. Y, por supuesto, nos parece estupendo que huya sin asumir sus consecuencias. Nuestro Nelson Mandela. A la vez que fomentamos en las escuelas el respeto hacia el colectivo LGTBI, la educación en igualdad entre hombres y mujeres o intentamos desterrar el acoso escolar, les estamos diciendo a nuestros vástagos que -cuando se es adulto- nuestros derechos sirven para pedir la muerte de alguien porque se está en desacuerdo con lo que piensa, o con la institución a la que representa. En lugar de discutir racionalmente las diferencias y hacer cambios si nos ponemos de acuerdo. Muy coherente todo. Como sociedad, no nos iría mal revisar a quiénes convertimos en adalides de nuestras luchas. Dicen mucho de nuestra salud moral.

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