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Javier Cuervo

El misterio de Pedro Sánchez

Como líder joven y fungi, brotado de la noche del partido a la mañana de la secretaría general, Pedro Sánchez no tenía misterio. Cruzaba el umbral y hacía que todos los salones parecieran de baile; en la portada de las revistas se le veía más seguro que Steve McQueen y más a gusto que en el cargo. Era un mirlo y un Obama blanco con una sonrisa de efecto especial en posproducción. Como si importara, se movía en un rojo más intenso que sus antecesores socialistas y más pálido que los podemitas que podían ser sus sucesores. El PP lo llamó chulo de barrio, más molesto por el barrio que por la chulería y lo ganó Mariano Rajoy, desgarbado, distraído, miracielos, torpe y viejales. Felipe González, que nunca ha mentido a nadie, dijo que Sánchez le había mentido y el viejo PSOE se echó encima del perdedor. Rodando por las carreteras de España, sin local, con el uso de la marca restringido y el único apoyo de la militancia, ganó otra vez la secretaría en primarias. Pero no parece el mismo.

No colma pantallas, no frecuenta salones, habla en tono grave, maniata los gestos y sus pupilas no están dilatadas por la droga de las ganas apremiantes. Al regresar ensombrecido se le notan más los mordiscos del acné violento de sus hormonazos juveniles y parece triste hasta en la Feria de Abril -¡alegría, alegría!- donde fue a celebrar la derrota de su oponente, vestida de faralaes.

¿Dónde fue el campeón de baloncesto, el rey de la pista, el empleado del año? ¿El niño en el bautizo y el muerto en el congreso perdió la alegría o domesticó su entusiasmo? ¿Quedó así, aprendió o está disimulando? Despejaremos el misterio cuando vuelva a haber elecciones porque, de momento, las encuestas no le alteran.

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