Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Eduardo Jordà

Las siete esquinas

Eduardo Jordá

Hora de cerrar

Se mire como se mire, Rajoy es un excéntrico en esta época -y hasta un reaccionario, si se toma la palabra en su sentido etimológico de enemigo de la modernidad- porque odia todo lo que define este nuevo Milenio.

En la entrada de la Wikipedia dedicada a Mariano Rajoy hay un breve capítulo titulado "Familia y Formación". En ese capítulo se nos habla de la familia de Rajoy y de su formación universitaria, pero luego viene una referencia extrañísima correspondiente a su ya muy lejana juventud: "Realizó el servicio militar obligatorio, en el que se ocupó principalmente de la limpieza de las escaleras de la Capitanía General de Valencia, licenciándose a finales de 1980". Así, tal cual.

Aclaro, porque mucha gente ya no se acuerda, que el servicio militar fue obligatorio en España hasta los años 90 (lo suprimió la derecha de Aznar, por cierto, con Rajoy en el gobierno). No creo que en la entrada de la Wikipedia de Brad Pitt se nos cuente que limpió retretes en un campamento de marines, pero la entrada dedicada a Mariano Rajoy sí conserva esa referencia a la limpieza de las escaleras de Capitanía. Está claro que se la ha colado algún enemigo o alguien que desde luego no le tiene ninguna simpatía, pero la referencia sigue ahí desde hace muchos años. Cualquier otro personaje importante habría hecho lo imposible por borrar esa mención, o como mínimo por presionar a los administradores de la Wikipedia hasta que la quitaran. Al fin y al cabo, un presidente del gobierno tiene poderes para eso y para mucho más. Pero Rajoy no lo ha hecho. Y hasta es posible que ni siquiera se le haya ocurrido mirar lo que dice la Wikipedia acerca de sí mismo. Y hasta me pregunto si sabe qué diablos es eso de la Wikipedia.

Supongo que este detalle sirve para definir a un personaje como Mariano Rajoy, que es alguien refractario a la modernidad y que vive como si el tiempo se hubiera detenido en el año 1980, cuando barría las escaleras de la Capitanía General de Valencia. Se mire como se mire, Rajoy es un excéntrico en esta época -y hasta un reaccionario, si se toma la palabra en su sentido etimológico de enemigo de la modernidad- porque odia todo lo que define este nuevo Milenio: no le gusta salir en la televisión, desconfía de las redes sociales, evita las discusiones públicas y detesta todo cuanto sea debate público y exhibición más o menos descarnada del ego. Estoy seguro de que Rajoy sólo se hace "selfies" si es por obligación, asaltado por alguno de sus fans -que los tiene-, ya que él mismo es inmune a esa práctica tan definitoria del narcisismo de nuestra época. Durante sus vacaciones, si tiene que leer un libro, elige las memorias del Conde de Romamones (me pregunto si ha oído hablar de Philip Roth o de Alice Munro: me temo que no). Incluso su vocabulario es tan anticuado que mucha gente no entiende a qué se refiere cuando habla con desprecio de un "chisgarabís" o un "mequetrefe", ese lenguaje que era de Galdós y también de los maravillosos tebeos de Bruguera (Mortadelo y Filemón hablaban así). El mundo ha cambiado mucho desde el año 1980, pero Rajoy sigue aferrado a su forma de entender la vida que tenía cuando era joven y preparaba oposiciones y le tocaba barrer las escalinatas de la capitanía general de Valencia.

Esta forma de ser tiene una ventaja y un inconveniente. La ventaja es que ser una persona refractaria a todo cuanto representa la modernidad -la celeridad, la obsesión por la imagen pública, la dependencia angustiosa de las redes sociales- le permite vivir las cosas con una premiosidad y una perspectiva temporal de la que la que carecen sus adversarios, todos ellos ciudadanos de la vertiginosa república de la era Google. Rajoy, además, conoce la historia de España y tiene, me temo, muchos más conocimientos sobre el género humano de los que tienen sus adversarios. Si no fuera por ello, difícilmente habría podido salir indemne de todas las trampas en las que él mismo o su partido le han metido. Y si no fuera por ello, difícilmente habría conservado la sangre fría que le permitió evitar, en el fatídico verano de 2012, que España fuese intervenida por los hombres de negro de la UE, cosa que hubiera significado recortes mucho más brutales que los que ya tuvimos (los pensionistas, por ejemplo, habrían podido perder un diez o incluso un veinte por ciento de su pensión).

Pero el carácter de Rajoy también tiene una desventaja, y muy grave. Debido a su alergia a la confrontación y al debate público, ha cedido toda la iniciativa a los independentistas en el "procés" catalán y ha sido incapaz de establecer un relato que explicara de forma coherente la posición del constitucionalismo. Eso no sólo es muy grave, sino que suicida. Pero mucho más grave aún es que no haya sabido imponerse dentro de su propio partido para hacer una limpieza profunda de unas estructuras que estaban podridas hasta la médula. Debería haber cambiado el PP de arriba abajo y expulsar a todos sus militantes -que son muchos, muchísimos- afectados por la corrupción. Pero su abulia, o su desdén, o su apatía le llevaron a dejar las cosas como estaban, hasta que su propio partido se ha venido abajo como una de esas viejas cómodas con floripondios de la época del conde de Romanones que se guardaban en los desvanes de las casas antiguas. Y ahora, si triunfa la moción de censura, le ha llegado la hora de irse. Pues muy bien, que se vaya. Es lo que sin duda se merece.

Compartir el artículo

stats