Diario de Mallorca

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José Carlos Llop

El maleficio

No sé si la insularidad, combinada con la ausencia de Ilustración y la larga sombra del feudalismo, nos han hecho como somos -hablo de nuestro peor lado-, o si todo se reduce a una cuestión genética -una tara endógena proyectada a lo largo de los siglos- y no hay nada que hacer por muchas vueltas que le demos. Pero la cuestión es que se produce entre nosotros un curioso fenómeno que podría clasificarse perfectamente de maleficio y que impide que la sociedad tenga conciencia de sus propios méritos y los reconozca y celebre y se reconozca en ellos. Sólo aquello investido de dinero o de poder -mientras dure ese poder, claro- será respetado (o temido) y celebrado. Servilmente incluso. Lo demás poco tiene que hacer.

Este maleficio -comprobado empíricamente a lo largo de los años y ya son años- ha hecho que ideara una teoría particular que podríamos llamar Teoría Gelabert en honor al gran pintor del siglo XX mallorquín. Antoni Gelabert optó a la plaza de conservador del museo de Bellver, plaza por la que estaba muy ilusionado y que le habían prometido como segura. Le supondría cierta estabilidad económica y la tranquilidad de saberse en su medio y no al alcance de cualquiera en su barbería. Maniobras ocultas de alguien cercano a él impidieron su acceso a la plaza y eso fue fatal porque ya era un hombre cansado, de difícil carácter, con poco sentido del humor y cierta conciencia de derrota. Se ahorcó al poco tiempo.

Pues bien: la Teoría Gelabert se demuestra día a día de la siguiente manera: al revés de lo que ocurre con los nacidos en otras partes de España, allí donde haya un mallorquín, no entrará otro mallorquín. En aquel jurado donde figure un mallorquín no ganará la obra de otro mallorquín. En aquella institución donde se sienta un mallorquín no se sentará otro. Esto es así -con alguna excepción, fruto más de la estrategia que de la honradez- y a pocos coge desprevenidos, pues los celos nacen en el seno de las familias y las hay donde las satisfacciones de alguno de sus miembros producen escozor -y escepticismo, cuando no voluntad de descrédito- en otros. Quizá sea una herencia del poder secular de la cultura rural (la cosecha del vecino hace bajar el valor de la propia) sobre la cultura urbana, no lo sé, pero incluso entre aquellos que abandonan la isla, la Teoría Gelabert funciona respecto a los que se quedan en ella: en vez de embajadores de los suyos suelen imbuirse de un desprecio, llamémosle categórico, que minusvalora lo que nazca en la isla por el mero hecho de permanecer en ella. Y con el ánimo secreto de que así permanezca para siempre.

¿Por qué se está impedido para la felicidad y el disfrute del éxito de nuestros paisanos? Podríamos hablar de Mallorca como una sociedad desestructurada -que lo es- o como una sociedad enferma -que lo es: de desmemoria y de codicia-, pero erraríamos el diagnóstico. En tiempos del pintor Gelabert ocurría lo mismo y la estructura de nuestra sociedad era bastante férrea e impermeable. Podríamos referirnos a nuestro carácter como pioneros de la teoría de la sospecha -que rige la sociedad contemporánea pero que ya regía la nuestra antes de triunfar en Occidente- y adoradores de la diosa Desconfianza como sistema de defensa articulado durante siglos, pero ¿de verdad acertaríamos así en el diagnóstico? El nacionalismo más engagée habla del término autoodi -o autoodio- pero incluso ahí, habiendo algo de verdad en su origen, la política la ha ido desvirtuando, pues el autoodi, a estas alturas, ya funciona sólo contra los que no son de los suyos y se desactiva con los propios, por grande que sea la fechoría cometida o mucho que hayan pecado. A la hemeroteca me remito. La pregunta, pues, sería: ¿qué nos pasa, doctor?

Recientemente hemos tenido -seamos o no católicos, seamos o no creyentes- un gran acontecimiento en la isla. Verdaderamente grande, bueno e insólito. Uno de esos acontecimientos que son un don y una alegría y ocurren, si ocurren, cada tres o cuatro siglos. El don lo posee quien lo ha protagonizado -un hombre de Iglesia, inteligente, culto y sabio a gran escala- y la alegría nos la provoca también su protagonista por el hecho de serlo. Y por el hecho de ser mallorquín -o sea, "de los nuestros" en sentido amplio- hace que seamos, nosotros los mallorquines, más partícipes de ese acontecimiento que otros que no lo son. ¿Hemos sabido celebrarlo? ¿De verdad hemos sabido celebrar la noticia, o hemos vuelto a practicar el autoodi, la maledicencia en familia, el desprecio categórico, en fin, la Teoría Gelabert y encima construyéndola sobre un globo de aire pútrido y venenoso?

Luego nos preguntamos de dónde sale tanta corrupción y tanta porquería cuando bastaría con mirarse al espejo para responderse. El día que lo hagamos, tendremos la solución de la Teoría Gelabert y sabremos de una vez por todas cómo acabar con este maleficio que no es más que otra suerte de pecado original. Tan exclusivo como la sobrassada o los precios inmobiliarios.

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