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Crónicas precarias

Cuando la izquierda galopa hacia el despropósito

Quitando esas veces en las que vendes tu alma a una trama de corrupción a cambio de un poco de gomina, lo cierto es que ser un político de derechas resulta mucho más satisfactorio que adentrarse en el proceloso universo de la izquierda. Para empezar, puedes exhibir tranquilamente tus dineros sin que nadie te exija frugalidad o pureza ideológica. Defiendes la acumulación individual de riquezas y te dedicas a acumular riqueza, todo correcto, amigos. Un ratito de club de campo por la mañana, una arenga en una fábrica de conservas por la tarde; ¿problema? no, ningún problema.

En cambio, si como hace Pablo Iglesias, te consideras el nuevo mesías de la izquierda, lo mínimo que se espera de ti es una miaja de coherencia vital. Que no digo que debas vivir en una choza hecha con ramas y barro, pero tal vez no sea la idea más brillante del mundo escapar veloz a una zona de lujo en cuanto acumulas suficiente panoja y poder. En especial, si has construido tu discurso político en una crítica feroz a la élite que se mantiene aislada de la ciudadanía. Todos tenemos nuestras contradicciones (lo contrario nos convertiría en bestias dogmáticas), sin embargo, no es necesario revolcarse con tantísimo entusiasmo en ellas. Cada uno con su dinero ganado honradamente puede hacer lo que quiera, sí, pero quizás los votantes esperaban algo más de congruencia, un mínimo de esperanza en que se puede actuar de otra manera.

Algo parecido sucede cuando argumentas tu huida a una zona privilegiada de la ciudad debido a que allí se encuentra ubicado un colegio público chachi guay en el que quieres matricular a tus retoños. Yo qué sé, no parece demasiado oportuno si llevas años bramando por una educación pública de calidad para todo el mundo. Y en ese "todo el mundo" está la clave, el cogollo de la cuestión, la madre del cordero. Ahora resulta que el centro educativo de tu barrio no era suficientemente digno para tu descendencia y, en lugar de intentar mejorarlo, usas tu poder adquisitivo para trasladarte a uno que sí que lo sea. Y quienes no puedan permitirse una casa por aquella zona tan especial, pues que se zurzan y dejen a sus hijos pudrirse en esas aulas tan cutres que tienen a la vuelta de la esquina.

Otra actitud que tampoco suele deparar grandes éxitos es la de tomarte las críticas como una conspiración en tu contra. Todo es una conjura para acabar contigo, cada comentario no laudatorio está orquestado para hacerte caer y silenciarte. En consecuencia, acabas purgando a cualquier disidencia interna, cargando contra los mensajeros y rodeándote solamente de quienes te doran la píldora. Resulta que autocrítica, por si no lo sabíais, quiere decir "sardina" en ruso.

Y ya, en este viaje en el que no hay nadie al volante, la decisión más delirante consiste en transformar una polémica personal en un plebiscito político. En Sálvame también preguntaron a la audiencia sobre si debían despedir o no a una colaboradora. Las bases obligadas a avalar tu hipoteca o descabezar al partido. El sainete de La gente. O yo o la nada. El equivalente a plantear a tu pareja la ruptura porque no le gusta cómo tiendes la ropa. Un nuevo kilómetro recorrido en este desquiciado galopar hacia el despropósito.

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