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Con el imserso por primera vez

Una primera vez en la que he sentido, como probablemente nunca antes, lo que supone la identificación con un colectivo. Y déjense del carné de militancia en un mismo partido o de igual profesión para la sintonía.

Deduzco, por lo anterior, que nada mejor que un viaje bajo su patrocinio para asumir sin sombra de duda alguna que la vejez -la madurez, prefiero suponer- nos aproxima. Porque fue pisar el aeropuerto, cruzarme con el primer anciano y decirme: "Éste es de los nuestros". Después, junto a alguno en el bar y en espera del embarque, una mirada de complicidad que de no ser correspondida se atribuirá a simple distracción o el ensimismamiento propio de los años y, en otro caso, sonrisa y un cabeceo como se haría entre dos miembros de la misma secta.

Ya en la cola para subir al avión, me saludó afablemente una señora a quién, según dijo -sólo alcancé a reconocerla tras un rato, y aún así€-, había tratado cuando enferma mucho tiempo atrás. Mientras hablábamos me dio a pensar si acaso los achaques que iba desgranando, la patología, en suma, podría tal vez ensombrecer el disfrute que esperaba. Afortunadamente no sucedió, y ello a pesar de que los físicos precarios se diría que caracterizaban al conjunto a juzgar por las miradas con que nos contemplaban desde las azafatas al resto de pasajeros, y que denotaban a las claras su disposición a echarnos una mano a la menor señal de flaqueza.

En los días que siguieron pude comprobar que, de frecuentar el Imserso, incluso los ajenos a la profesión sanitaria terminarán siendo expertos con sólo prestar oídos a las conversaciones de la concurrencia. De los tobillos a meniscos y caderas; próstatas cuando al baño para un pipí cada dos por tres o esa molesta artrosis cervical y, por supuesto, hábitos varios para conservar la mucha o poca salud que pueda quedar: caminatas y pilates, piscina con regularidad o bailes en fin de semana que, por cierto, me habían asegurado que en estos viajes y después de cenar eran la norma. No los hubo pese a las ganas que yo tenía de marcarme unos pasodobles y no quedar, como afirmaba Natalia Ginzburg que es lo propio en la tercera edad, humillado en cualquier rincón. Asimismo, tampoco comimos de bufé como parece ser costumbre en estos grupos y que al parecer los jubiletas aprovechan para llenarse hasta decir basta.

En su lugar, fuimos servidos en las mesas con base a purés y hervidos varios, sin asados ni hueso alguno por si acaso los dientes. Sosera alimenticia y, no obstante, el viaje abundó en gratificantes experiencias porque, entre otros placeres, las arrugas no son óbice para el buen vino u orillar unas cerezas maceradas en orujo en cualquier rato libre; las visitas -desde El Escorial al castillo de Manzanares el Real o senderismo por las Machotas- hicieron cortos los días y, en el autobús que nos trasladaba, alguna humorada para la sonrisa. Así, al divisar en lontananza la cruz del Valle de los Caídos, alguien aseguró: "Nos van a dejar definitivamente allí", a lo que otro, desde un asiento próximo, respondió: "No es mal cementerio. Siempre que sea al final€". Fue una prueba más de que también en la vejez puede gustar la vida y vestirse de segunda juventud, bromear sin complicaciones o por lo menos, y en tratándose de mallorquines, poco dados en su mayoría a la confrontación, hallar el mejor modo de salir con bien. La evidencia fue palmaria porque el día en que Quim Torra tomaba en Cataluña posesión del cargo, cualquier comentario al respecto por mi parte fue despachado con la prudencia que suele ser marchamo de su talante, sin que la aseveración cervantina que aparece en el Persiles, Viajar hace a los hombres discretos, fuera aquí de aplicación por llover sobre mojado. Mejor lo dejamos -respondían-, no fos que€ Como máximo, un Bé, ja veurem€ e, inmediatamente, Què trobau d´aquest peix? No està malament€

En cuanto a la organización, mejorable en ciertos aspectos, pero con la atención puesta en que nadie se perdiese. Así que recuentos, asignación de asientos sin opción al cambio y dirigidos cual rebaño a la puerta que fuese por si, en una de aquellas, la orientación temporoespacial de cualquiera de nosotros empezaba a hacer agua. Por lo demás y a diferencia de otros grupos, es de reseñar la extrema puntualidad de todos, seguramente atribuible a que, llegada cierta edad, los horarios se imponen a los súbitos asaltos de la pasión carnal.

Sopesado todo lo anterior y por no hurtarme a la certeza de que envejecer es el único argumento de la obra, he vuelto con la intención de repetir a la primera oportunidad. No es que confíe en que conforme se suman años pueda esperar el éxtasis, pero parece buena idea la de asumir los versos de Benedetti y "aprovechar el otoño / antes que el futuro se congele". Y encima, con la seguridad de que, aun iniciado en la demencia senil, bastará con obedecer al siéntese aquí, síganme o esperen a ser llamados, para volver a casa como si tal cosa, la dentadura sin cambios y quizá nuevos amigos.

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