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La mirada femenina

Cementerio amarillo

Me sorprende la cantidad de gente mayor que clava cruces en las playas catalanas. Probablemente eso sea mucho más divertido que jugar a las cartas o a la petanca. Hacer la revolución es algo histórico, algo de lo que uno puede fardar antes de morir. Yo formé parte de los CDR -te caen varias medallitas del cielo sólo con mencionarlo-.

Mola saltarse peajes, invadir el espacio público, quemar fotos de políticos que no gusten, amenazar a los vecinos que no piensan como nosotros, hacerles pintadas en sus casas, hacer rap ofendiendo a la gente y hasta cagarse en la virgen. Estas son algunas de la actividades de la gente mayor en Cataluña y de algunos jóvenes en el resto del Estado. Los pongo a todos en el mismo saco porque entre ellos se retroalimentan. De hecho el mismísimo Puigdemont escribió un tuit solidarizándose con Valtonyc y ahora sabemos que el rapero hace tres semanas que está en Bélgica. Y yo pidiéndole a mi hijo que no diga palabrotas. Debo ser una ilusa. En realidad, la madres deberíamos relajarnos más y dejar que los niños campen a sus anchas y sean unos maleducados, y que meten a la virgen las veces que haga falta. ¿Por qué no? La murga que nos han dado los abuelos con lo puñeteros límites constantemente acusándonos de demasiado blandas y ahora resulta que en realidad no se respeta límite alguno. Aunque las cosas se están poniendo feas, creo en eso de cambiar el sistema desde dentro y no dinamitarlo todo y menos sin una buena propuesta. Y tenemos el deber de encontrar la manera de poder vivir sin atropellarnos.

El otro día, sin ir más lejos, me encontré la playa de Calella llena de cruces amarillas. La playa, por dios, pensé, el mejor balneario del mundo convertido en un cementerio amarillo. El lugar donde todos podemos relajarnos y evadirnos del mundanal ruido. Que nos negaran ese derecho al descanso en plena naturaleza me pareció de una crueldad inigualable.

Hace unas semanas, en el mismo paseo de Llafranc, ya había una pequeña instalación de cruces en homenaje a los políticos presos y no me pareció mal. Era razonable, pequeña pero visible. No pretendo que todos pensemos lo mismo. En la playa de La Concha, donde pasé mis primeros veranos, también a veces había pintadas en la arena. Las comparaciones son odiosas y en este caso peliagudas, no quiero entrar en ello porque lo del País Vasco fue de una magnitud inadmisiblemente superior, pero miren, ni siquiera aterrorizando a la sociedad española lograron doblegar al Estado.

Lo que se sufrió el País Vasco con el terrorismo y la cerrazón de unos pocos no está en los escritos. Recuerdo cristales rotos, gente asustada corriendo, cócteles molotov sobrevolando las cabezas de los viandantes. La kale borroka causaba estragos.

Por eso me da tanta rabia que en esta tierra catalana que siempre fue de todos, abierta a los de afuera, se haya caído en el mismo absurdo pulso con el Estado. Aquí dicen que los métodos son pacíficos pero que nadie se engañe, eso no se puede controlar.

La ETA de los primeros tiempos también era sólo propagandística. La fina frontera entre lo pacífico y lo violento puede romperse en cualquier instante. Es tan fácil como tener un mal día. Yo nunca vi que llenaran las playas de San Sebastián de cruces. Vi otras cosas. Pero aquí también empieza a hablarse de heridos, y se echan las culpas los unos a los otros.

¿Qué dirán los turistas que asomen a las playas catalanas y se encuentren con ese panorama? Qué decepción llegar al lugar de vacaciones y encontrarte con un clima de hostilidad.

El otro día en Calella sentí que los peores pronósticos se estaban haciendo realidad. Está más que confirmado, hay un conflicto civil en Cataluña. La gente empezó a discutir, unos quitaban las cruces mientras los otros las volvían a clavar. Se insultaban gravemente. Algunos, incluso, forcejearon. Todo frente a la atenta mirada de los niños que no salían de su asombro. Se vivieron momentos de tensión innecesarios. Ellos, los niños, lo único que querían era jugar con sus padres a orillas del mar.

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