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Norberto Alcover

Luis Francisco Ladaria, cardenal

El acceso al cardenalato del mallorquín Luis Francisco Ladaria, exige una reflexión pausada sobre su persona y curriculum: sin dejarnos obnubilar por la noticia y su repercusión mediática.

Ladaria, a sus 74 años y con sus orígenes isleños a las espaldas, además de sus años juveniles en Montesión y más tarde en la universidad de Madrid, ha tenido una formación jesuita excelente en Comillas, Frankfurt y la Gregoriana romana, donde se doctoró en teología. Desde entonces, se ha dedicado a la docencia teológica primero en la ya citada Comillas y más tarde en la también citada Gregoriana especialmente en la dimensión dogmatica de la reflexión sobre Dios, su Iglesia y la Humanidad. Conocida es su Antropología teológica, en la que une la precisión del Derecho y la hondura de la revelación. Un detalle que casi aparece como fundamental en el conjunto de su actividad eclesial: precisión intelectual para escuchar racionalmente la palabra de Dios. En su caso, lejos de toda ambición estructural en la Iglesia y por supuesto en la Compañía de Jesús. Preciso, inteligente y humilde ( rara avis en la actualidad), José Luis Francisco Ladaria es un hombre que aparecía preparado para dirimir textos teológicos pero menos para enfrentarse a cargos de altísima responsabilidad en la Iglesia. Es una opinión muy personal del periodista y amigo, pero pienso que acierto. En fin que, la vida nos sitúa donde no esperamos situarnos, tantas veces. Y sin embargo, intentemos movernos en el periplo de Ladaria porque ofrece signos que preparaban su actual situación en la cúpula eclesial y no menos social.

Juan Pablo II le nombra miembro de la Comisión Teológica Internacional en 1992, y poco después, en 1995, consultor de la congregación para la doctrina de la Fe. Al cabo, mientras trabaja en la Gregoriana, Benedicto XVI le nombra secretario de la misma Congregación que custodia la fe de la Iglesia, con dignidad episcopal. En 2008, también se convierte en consultor para la relevante congregación de los obispos, y sucesivamente es introducido en la Comisión para la Unidad de los Cristianos y para la Pastoral de la Salud. Para entonces, Ladaria ha adquirido prestigio internacional, sin alharaca alguna, servicial y disponible para cuanto le mande la Santa Sede y muy específicamente el sucesor de Pedro. Insisto, con sencillez, sin deslumbrar, en contacto con los grandes de la teología pero dejándoles siempre el protagonismo. Precisión, trabajo incansable y respeto por la gran tradición eclesial, sin dejar de contemplar ignacianamente la realidad. Y aparece Francisco.

Con Francisco se entienden desde el primer momento: en 2017, le nombra prefecto/presidente de la Congregación para la Doctrina de la Fe y presidente de la Comisión Pontificia Ecclesia Dei, además de situarle al frente de la Comisión teológica Internacional y de la Pontificia comisión Bíblica. Su acceso a todas estas responsabilidades implica que el cardenal Müller, su antecesor, pasa a un segundo plano, desde el que podrá dedicar sus energías a criticar abiertamente a Francisco sobre todo desde el documento relativo a la familia y en general al amor humano. Se trata de La alegría del amor. Exhortación apostólica publicada en 2016. El sector más conservador eclesial no le perdona a Francisco estas páginas que solamente pretenden "abrir caminos" desde una fidelidad íntegra a la "sana doctrina". Exactamente la misma línea teológica y pastoral de Ladaria: fidelidad para la apertura. Hacer la santidad asequible para el conjunto de los bautizados y animar a quienes discurren por otros derroteros a formar parte de una ilusión antropológica trascendente. Ilusión como utopía.

El cardenalato, pues, hinca sus raíces en un proceso casi metódico desde el punto de vista estructural-eclesial: Ladaria ha desarrollado un espíritu teológico pero cada vez más vinculado al gobierno de la Iglesia, encerrado en su despacho, atendiendo personalmente a tantos sumergidos en situaciones del todo problemáticas, en una relación constante con los papas sucesivos, viviendo en la comunidad jesuita de la Gregoriana, con amigos y excelentes asesores, dedicando parte de su vida al trato sacerdotal con todo tipo de personas, sin relevancia exterior y sobre todo sin perder ese "encanto de la devoción" del que tanto hablaba el Papa Juan. Porque Ladaria es buena gente, fiable sin medida, religioso hasta el extremo, siempre obediente, y dotado de una extrema prudencia que no le impide descubrir los signos de los tiempos. Ha subido en el escalafón vaticano (una expresión convencional) sin pretenderlo y sin manipular a nadie, como ejemplo de que la fidelidad inteligente es el mejor camino (tan ignaciano) para servir a Dios en la Iglesia y en la sociedad. Me atrevo a decir, como tantos otros casos, que Dios le ha conducido hasta donde él mismo no pretendió llegar.

¿Es Ladaria un eclesiástico conservador? Seguramente sí, o por lo menos situado en un centrismo prudencial, pero decididamente entregado a una evangelización más allá de las fronteras en la pastoral. Para responsabilidades como las suyas y en tiempos de temblores ideológicos y estructurales de la sociedad y de la Iglesia, me parece que se trata de una persona (casi sin personaje) adecuada para escuchar y leer, para objetivar lo escuchado y leído, para discernir entre realidades contradictorias tantas veces, y para recomendar o decidir lo mejor. La Iglesia cuenta con personalidades pastorales excelentes que abren horizontes de futuro complejos y arriesgados y que complementan la tarea de teólogos como Ladaria que amamantan la tradición con devoción pero también con una racionalidad humanista. La Iglesia, como pueblo de Dios, es "complementaria y nunca unidireccional", en palabras de mi profesor Fontdevila, hace ya tantos años. Ladaria se mueve consciente de esa complementariedad, como tantas veces he detectado al charlar de mi tarea periodística con él. Podrá no abrir la boca? pero te sientes acogido. Comprende. Ignacio le llamaba conocimiento interno"

Para los creyentes, como es mi caso, Dios se abre camino a lo largo y ancho de la vida humana. No es ajeno a lo real, a lo empírico, a la historia. La vida real, empírica e histórica de Ladaria, como anunciábamos al comienzo, está invadida de Dios, y él se ha limitado a "cumplir su voluntad", manifestada en los deseos de los sucesivos obispos de Roma, Juan Pablo, Benedicto y Francisco. Sin seguir este proceso interior, hecho exterioridad en el caso del recién elegido cardenal, se hace imposible comprender por qué, desde hace pocos días, Mallorca está satisfecha, nuestra diócesis da gracias a Dios, y nosotros, jesuitas, solamente intentamos apoyar a nuestro compañero en estas lides en que la vida y la providencia, además de su fidelidad, le han situado.

Luis Francisco Ladaria no es un acto, es un proceso.

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