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Antonio Papell

Nacionalismo simétrico

El nacionalismo catalán, que ha experimentado un proceso de recalentamiento en los últimos años, ha recuperado la vehemencia de sus etapas más radicales, ha vuelto al espíritu del "Estat catalá" -admirado por Quim Torra- y ha adquirido inevitables tintes étnicos en su detestación sistemática de lo español, conceptualmente parecida a la que sentían los nazis hacia los judíos o los gitanos. Es inquietante leer las antologías de exabruptos racistas y xenófobos publicados por el nuevo presidente de la Generalitat, que no admiten disculpas ni benignas interpretaciones y que están en las antípodas de aquel catalanismo abierto, integrador y tolerante que predicaron los líderes de CiU en los primeros lustros de su andadura. Si la España de 1978 fue una "sociedad abierta", en terminología popperiana, Cataluña es hoy una "sociedad cerrada", reconcentrada, introspectivamente envuelta en sí misma.

Es aberrante que un tipo como Torra haya sido elevado a la presidencia de la Generalitat, como lo es asimismo que quienes desde ERC, el PDeCAT o los puestos de relieve de la sociedad civil catalana no hayan tenido la osadía de descalificar una opción como la urdida por Puigdemont, quien manifiestamente persigue mantener viva la tensión con el Estado, persistir en la pulsión independentista, extender incluso la creciente confrontación entre catalanes por el procedimiento de provocar a los adversarios. Todo ello a costa de agravar hasta el enfrentamiento la fractura civil y asolar la boyante economía catalana.

Sin embargo, el procedimiento para reducir esta impertinente presión soberanista no consiste en tratar de anularla engendrando un soberanismo simétrico y opuesto. El antídoto contra el nacionalismo catalán no es el nacionalismo español sino, simplemente, el imperio de la ley.

El patriotismo es "el último reducto de los canallas", escribió Samuel Johnson, inglés de finales del XVIII, autor de un luminoso ensayo sobre Shakespeare. Y ciertamente la exaltación identitaria es lo contrario de la generosidad, de la solidaridad con el diferente, de la voluntad de integración del discrepante que caracteriza al buen demócrata, el que piensa que el adversario puede tener razón y está dispuesto a discutirlo con él y a plegarse a sus argumentos si es convencido por el otro. Por otra parte, decía Flaubert que todas las banderas "están llenas de sangre y de mierda", y en todos los casos las historias, cargadas de épica sobre la que se sostiene la estructura identitaria, presentan una vergonzante ambivalencia. Los españoles fuimos capaces de las mejores gestas y de las más abyectas tropelías. ¿Hace falta poner ejemplos?

Ya está muy manido el concepto de patriotismo constitucional, pero cuando se asiste a alardes patrioteros urdidos para desactivar el Procés, hay que volver inevitablemente a él si se quiere pacificar este país. Lo explicó Francesc de Carreras, uno de los inductores intelectuales de Ciudadanos en memorable artículo: "La idea de nación española está presente en el artículo 1 de la Constitución de Cádiz (´la reunión de todos los españoles de ambos hemisferios´) y en la idea constitucional de patria que formula Argüelles en su memorable discurso de presentación a las Cortes gaditanas al señalar con el dedo el nuevo texto constitucional y exclamar: ´Españoles: ya tenéis patria´. Así pues, desde esta perspectiva, la nación es el conjunto de ciudadanos españoles y la patria ya no es, como antaño, la tradición, el rey o la religión, sino la ley, la igualdad de todos ante una ley parlamentaria cuyo origen está en la Constitución y que es la garantía de la libertad individual. Es la misma idea de los revolucionarios franceses que aprobaron la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano o de los norteamericanos que aclamaron la declaración de independencia redactada por Jefferson".

Déjense, pues, los enemigos del Procés ultranacionalista de tremolar banderas y de entonar himnos, que sirven más para separar que para unir, y súmense a la causa del estado de derecho que a todos nos enrasa y a todos nos proporciona igualdad de oportunidades. Y enfréntense a los separatistas la idea del contrato social, que es el consenso originario que nos marca a todos el vasto territorio de la libertad, que linda lógicamente con la línea donde comienza la libertad de los demás.

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