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Haz lo que yo diga...

Vivimos en un mundo que se mueve con soltura dentro de las más altas cotas de la hipocresía o como mínimo en claro alejamiento de lo que obliga la necesaria coherencia entre lo que se dice y lo que se hace; esa patología en el mundo de los políticos llega al nivel de la más severa de las necrosis éticas y/o morales.

Vayan como ejemplo dos casos, aun cuando hay muchísimos más.

El primero es de todos conocido pues se trata de los comportamientos, en su antes y en su ahora, de los dos líderes carismáticos de las nuevas masas de descamisados y parias de la sociedad española, quienes hace no mucho peroraban contra todo aquel que tuviera alguna relación con algún tipo de bienestar inmobiliario; no voy a repetir las ocurrencias de Don Pablo al respecto, pues ya han corrido a la brava por todos los mentideros, medios públicos y redes sociales, pero es obvio que las cosas se ven diferentes cuando el habitante de una discreto pisito vallecano, bohemio y revolucionario él, sienta sus reales en una vivienda de alcurnia en las estribaciones de la bella sierra madrileña. Como muchas otros han señalado ya, el asunto no está en que los ahora propietarios de una envidiable casa en el campo tomen posesión de su nuevo hábitat y disfruten de ella, sino que antes se hubieran incluso extralimitado en criticar con acritud a los demás componentes de la clase política que estaban en las mismas o parecidas condiciones inmobiliarias de las que ahora gozan estos nuevos ricos revolucionarios. Y lo malo de aquellas conductas del líder, reconvertido, y pasado al lado oscuro de la fuerza, es que los que creían en él se ven en la tesitura de, o seguir apoyando al líder, por aquello de no menear la barca o llegar a la conclusión de que le han estado tomando el pelo; luego quedan los conversos de corazón, pero ese es otro debate. Pero es que es muy duro levantarse por la mañana y verse uno en el espejo reflejado como un participe más de la tan denostada casta.

El segundo ejemplo de incoherencia, mejor dicho de hipocresía lo encontramos en el otro extremo del Mare Nostrum.

El presidente turco Erdogan ha levantado su voz, tildando la actuación de Israel con respecto al conflicto con los habitantes de Gaza de los últimos días como de un crimen internacional; nada nuevo bajo el sol. Lo que pasa que a uno le viene a la mente algún problemilla que tiene el susodicho en su frontera sur. Y vuelve la burra al trigo, porque el asunto se basa en la tesis, tan socorrida, de que lo que hacen otros, no de mi cuerda, en cuando a los defendibles derechos de algunos, que si lo son, es malo de toda maldad, pero si los mismos hechos, las mismas actitudes las mantengo yo, con respecto a algunos, que no son de mi cuerda, y que me tocan las narices con sus reivindicaciones y derechos, pues entonces los que les pase a esos desconsiderados se lo tiene bien merecido.

Las expresiones de indignación y de búsqueda de justicia por parte del Bay Erdogan podría incluso ser compartidas si no fuera porque Turquía en general y el actual Derebeyi en particular tiene una especial afición a machacar a otros individuos, que tiene la desgracia de tener su zona de vida y de vivencia entre los actuales estados de Turquía, Siria, Irán e Irak; al parecer las incursiones fijas discontinuas, los ataques, los bombardeos turcos sobre zonas pobladas de civiles kurdos deben ser consideradas por todos nosotros, Erdogan dixit, como simple meteoros admisibles en los tiempos que corren, puesto que cuando los hechos fosfatina, los quemados con napalm, los matados mediante el antiguo rito del hambre, son de etnia kurda, ¡ah!, entonces tales cosas no conforman, ya no un crimen internacional sino que ni tan siquiera son considerables como feas maneras. No verán ustedes manifestaciones multitudinarias, adornados sus participes con la pashmina kurda, en la Europa bien pensante en defensa de los derechos de esos otros pobladores.

Fíjense ustedes que no empleo la palabra genocidio, no por nada, sino porque bajo el gobierno de Erdogan los que pronuncian o publican en los medios la palabra "genocidio" pueden acabar en la cárcel, eso si detrás de el sustantivo genocidio se les ocurre escribir lo de "armenio"; entonces, esos deslenguados, como el escritor Dogan Akhanli, dan con sus huesos en la cárcel o en el exilio, que eso si es exilio, por tal atrevimiento. Simplemente del conocido como holocausto armenio, sucedido entre los años 1.915 y 1.923, sobre el que los historiadores no se ponen de acuerdo sobre el número de víctimas, si fueron "solo" 600.000 o si llegaron a 1.800.000, como si más de un masacrado marcara alguna diferencia en cuanto a la calidad del crimen, no se habla en Turquía, como tampoco existen los derechos del pueblo kurdo.

Ya ven ustedes, existen algunas personas metidas en política, que tiene una visión a modo del camaleón, que consiguen ver las cosas en dos direcciones diferentes sin perder por ello la compostura, que debe de ser algo así como un requisito vital para poder ser político.

La coherencia es una mochila muy pesada para algunos. No he terminado el título del artículo, faltaba escribir "Pero no hagas lo que yo haga".

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