Diario de Mallorca

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Ha muerto Tom Wolfe a los 87 años, después de una brillante carrera como escritor, articulista y relator de la vida americana del siglo XX. Un intelectual con prosa impecable, crítico, ameno y también un esnob con clase. Nació en Richmond, Virginia en 1931, estudió en la universidad de Washington, literatura y periodismo, colaborador de The Washington Post, en The Enquirer y en The New York Herald. Escribió en 1973 un tratado sobre "Nuevo periodismo", The new Journalism, por lo que se le cree el impulsor de este estilo informativo. Admiraba a Balzac, se le consideró su reivindicador, sus correligionarios le llamaron "el Balzac de Park Avenue". En sus novelas retrataba la sociedad que le rodeaba que quedó reflejada en sus obras The Bon Fire of The Vanities (" La hoguera de las vanidades", 1987) y en A man in full (" Todo un hombre", 1998). Se declaró ateo no militante cuando realmente era un agnóstico preocupado por la existencia de Dios. Con su muerte han proliferado artículos de opinión sobre el articulista, sin embargo mi pretensión en este escrito no es otra que comentar algo sobre la oportunidad que quería dar al alma, al espíritu, ante el cerco de la ciencia.

Escribió un largo artículo en el que trataba de los grandes avances de la ciencia y la tecnología. En su día me impresionó por su amplio conocimiento de la materia y la agudeza con la que enlazo con un tema esencial para todo ser pensante, el deseo, necesidad, o comodidad de la existencia un ser superior que de sentido a la vida. Lo tituló Lo siento pero su alma acaba de morir. Recuerda Wolfe, que durante una conferencia de Louis Rossetto a la que asistió en el Instituto Catón se anunció el alba de la civilización digital, reunión en la que también se habló de Pierre Teillard de Chardin, el científico y filósofo que profetizó, ya hace más de sesenta años, que la radio, la televisión y los ordenadores crearían una nueva "noosfera", como un red electrónica que enlazaría a todo el globo terrestre, conectaría a la humanidad,como si toda ella tuviese un único sistema nervioso. Wolfe decía en su artículo que las técnicas de obtención de imágenes consiguen observar el comportamiento del cerebro humano. Esta técnica de obtención de imágenes cerebrales se utiliza en medicina, pero podrían permitir llegar más allá y entrar en ciertas materias sobre la mente, el yo, el alma y el libre albedrío, es decir la neurociencia podrá aportar información sobre el porqué del comportamiento humano. Con estos avances, el pensamiento científico y el racionalismo dominante, las personas podrán dejar de creer en Dios. Se llegará a la conclusión de que somos seres programados, que todo nuestro comportamiento es consecuencia de reacciones físicas y químicas, todo está predeterminado. Y entonces ¿qué queda para la responsabilidad, el autocontrol, el arbitrio?

La máquina, ordenador químico, nos dará información de la sinapsis, una visión, procesara datos de lo que allí sucede, pero no encontrara el alma. Y la noticia será "el alma, ese último refugio de los valores, ha muerto, pues las personas de ciencia no creen que exista". En este momento, Wolfe, recordó a Nietzsche cuando escribió en un cuaderno, antes de enloquecer, que la ciencia actual acabaría dirigiéndose, con imparable fuerza, hacia un escepticismo contra sí misma, pondría en cuestión sus propios cimientos, los derribaría y se acabaría autodestruyendo. Explica Wolfe en su artículo que una científica californiana le decía que la técnica crea una base de edificio con la investigación y sus hallazgos, al que se añade una segunda planta y al final piso tras piso, va creciendo la torre, pero este fortín, por si solo, es poco salido y se puede abatir. Nuevamente se empezará a colocar ladrillos con mucho cuidado, sin embargo al no haber descansado el fundamento sobre suelo firme, tal vez se asista al derrumbamiento del impresionante edificio de la ciencia y ver al hombre precipitarse en el barro primordial. Luchará, chapoteara, buscará aire, se agitará frenéticamente en el lodo y, en su desesperación sentirá que algo enorme y suave está detrás de él y le levantara, como si fuera un algo intenso. No podrá verlo, pero su sorpresa será enorme. Entonces decidirá llamarlo Dios.

Henri Bergson, filósofo francés, Nobel de Literatura en 1927, creía que si la humanidad no da una oportunidad al alma, al espíritu, quedará aplastada por el peso de su propio progreso tecnológico. Los humanos se plantean preguntas que carecen de respuesta empírica, el alma es una de ellas. Esto es un hecho constatado, en toda la historia del pensamiento humano, la preocupación permanente por la propia trascendencia.

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