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Apunte portugués

En esta ocasión, la canción que defendía Portugal en el festival de Eurovisión, ocupó la última posición. Y, sin embargo, a pesar del efecto Sobral, la canción lusa fue superior al resto. Un breve apunte, si quieren, una melodía que pasó de puntillas y, a pesar de todo, una canción envolvente, sutil y compleja. Entre los alardes escenográficos, los berridos y el exceso de azúcar, la canción portuguesa pasó desapercibida. Una canción que requiere varias escuchas. Como bien dice el periodista portugués, Vítor Balenciano, Portugal volvió a ganar, y no sólo por la presencia fadista de Ana Moura, Mariza y Sara Tavares y, por descontado, por el dúo formado por Salvador Sobral y su maestro, Caetano Veloso, que interpretaron el bellísimo tema que ya venciera en la pasada edición, Amar pelos dois, sino por esa canción, O jardim, que interpretaron como sin querer, casi con timidez y sin intención de agobiar y avasallar a los oyentes, dos mujeres, la propia compositora, Isaura, que se limitó a acompañar a Cláudia Pascoal, la solista, cuyo timbre de voz me recuerda vagamente al de la cantante brasileña, Marisa Monte. Tal vez, la canción, cuya calidad es innegable, padeció el efecto Sobral y, por tanto, nadie estaba dispuesto a dar de nuevo el primer premio a la belleza. De hecho, la ganadora, Netta, se halla en las antípodas de la breve y susurrante canción lusa. Portugal se ha decantado, felizmente, por la calidad. A veces, se gana, como ya ocurriera el año pasado. Otra veces, las más, se pierde, pues el jurado y el voto popular suelen insistir en premiar lo burdo y lo mediocre, a no ser que ambos padezcan fiebre alta y alucinen y nos sorprendan con un veredicto lúcido, como ocurrió, repito, con el premio a Salvador Sobral. Con el cine ocurre lo mismo.

El cine portugués, por otro lado, también se muestra ajeno al oropel y a la horterada estruendosa, tan hispánica. La seriedad portuguesa es una lección diaria a su vecino español que, entre tanto alarido y berrinche, no tiene oportunidad de escuchar la sutileza, la voz sensata y de calidad de sus discretos, y cada vez más admirados y respetados, vecinos ibéricos. La canción portuguesa de la presente edición fue aplastada por los decibelios y la vulgaridad, como si entre todos se hubieran puesto de acuerdo en evitar que la calidad musical volviera a ser premiada. Habrase visto. Si se molestan en escucharla con calma, comprobarán que, sin ser una maravilla, al menos atesora belleza y una cierta complejidad melódica. Un leve apunte que bastaría para derrotar ampliamente al resto. Porque se puede ser dulce sin ser empalagoso, como le ocurrió a la estomagante canción defendida por la pareja formada por Amaia y Alfred. Una ramplona canción romanticona, y chúpate ese ripio, con dejes de Disney. Luego, para poner un poco de orden y buen gusto a la noche, llegaron Sobral y Caetano Veloso para recordarnos que la sensibilidad musical no tiene por qué estar reñida con ese tipo de festivales, a no ser que tales festivales tengan la función de alternar vulgaridad en bruto y ñoñería. Portugal, ajeno al discurso vigente, plagado de tópicos, continúa insistiendo con un discurso propio, con un estilo de juego que a veces puede vencer y otras no, pero que sin duda supone una propuesta seria y de calidad. Hay un cierto y merecido orgullo en esta postura. Eso sí, un orgullo a la portuguesa, es decir, sin levantar la voz, sin exhibir músculo ni marcar paquete. Sin alardes ni decibelios salidos de madre. Como la canción que interpretó Cláudia Pascoal, que fue superior a las demás y quedó la última. Ni caso. Como el propio país que, a la chita callando, es un ejemplo a seguir.

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