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Mercè  Marrero

La suerte de besar

Mercè Marrero Fuster

El momento Roncesvalles

Estar siempre contentos, ir al ritmo de los demás o aguantar al tóxico que pulula a nuestro alrededor. Tres losas de las que podemos prescindir para liberar nuestra mochila

Un amigo va a hacer el Camino de Santiago la semana que viene. Afortunado él. Dicen los entendidos que, además de tener una correcta forma física, el quid de la cuestión es andar ligerito de equipaje. Desechar el "por si". Llevarse un par de calcetines de más "por si" hace frío, una sudadera extra "por si" se moja la otra, o un generoso excedente de ropa interior "por si" no encontramos dónde lavar la muda del día son malos compañeros de viaje. Las personas que conozco que han hecho el Camino de Santiago, y da igual si ha sido entero o solo una parte, coinciden en que lo importante es viajar con lo indispensable y que lo otro viene solo. Para la mayoría, a pesar de las ampollas en los pies, las agujetas y los momentos de cansancio, fue una experiencia iniciática. Caminar se acabó convirtiendo en un ejercicio de atención plena al movimiento y a la respiración. Desarrollaron una especie de conexión mística entre ser humano y naturaleza. Lo fascinante de una experiencia tan básica y sencilla como caminar horas y horas durante varios días es que solo puedes acarrear con lo imprescindible. Vivir con lo esencial. O, visto desde la otra escuadra, que hay que aprender a dejar de lado todos los tostones e imposiciones con los que convivimos diariamente.

Como la vida pasa demasiado rápido, no vale la pena esperar al destino Roncesvalles para comenzar a aligerar la maleta. Rauda y veloz consulto a los más cercanos sobre las imposiciones o minidictaduras diarias de las que querrían prescindir. Uno me cita un tuit de Fernando Savater: "Fue dichoso en cuanto renunció a la felicidad". Sí, señor. Lo compro. La exigencia social y mediática de ser feliz y de aceptar cualquier consejo para serlo. Aparentar alegría las 24 horas del día en las fotos que se comparten, en los comentarios que se publican y en las conversaciones de ascensor es agotador. La felicidad como sugerencia, sí. No como obligación. Sigamos.

El tiempo y la prisa. Gran imposición de la vida moderna. Ojalá la urgencia del otro no se convierta en la propia y que nadie siente cátedra sobre lo que toca o no toca hacer a determinadas edades. Cuándo hay que sentar la cabeza, independizarse o quedarse embarazada. Cuándo debes dejar de ponerte un escote o cuándo ligar ya no es adecuado para tu edad. Muchas madres han padecido los comentarios requeteinteligentes de personas que sentencian que a los seis meses un bebé debe dormir solo y que a los 18 debe hablar y caminar. El otro día llamé para reservar mesa en un restaurante de moda. Un viernes noche. Solo era posible si cenaba en dos horas porque debían remontar. Cielos. Lidiar con la prisa en el trabajo es asumible. En el ocio, es demasiado.

La dictadura del tóxico. Imposición incómoda donde las haya. Esa persona que se siente injustamente tratada, incomprendida y subestimada. Ese compañero de trabajo, amigo, novio o cualquier otro sucedáneo que irradia tanto malestar con el mundo que hace que el resto pasemos de puntillas por su lado y estemos aterrorizados por si se molesta aún más. El resultado de tolerarlos es aguantar las impertinencias y los desaires constantes. No, gracias.

Liberar la mochila y caminar ligero. Cuanto más lejos, mejor. Un momento Roncesvalles apto para cualquier lugar del mundo. Y para cualquier edad.

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