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Antonio Papell

El crepúsculo de la vieja política

La experiencia periodística facilita con el tiempo cierta capacidad para olfatear tendencias, a partir, naturalmente, de secuencias de acontecimientos. Y la lectura continuada de las encuestas, aun las manipuladas a conciencia, resulta en general poco iluminadora para modular la realidad pero facilita elementos de análisis evolutivo que con frecuencia resultan valiosos.

Los últimos sondeos, que van jalonando el interminable y complejo conflicto de Cataluña, confirman una sensación creciente que hemos experimentado muchos observadores: esta crisis, que irrita sobremanera a la sociedad civil, está siendo imputada cada vez más no sólo a los propios soberanistas sino también a las organizaciones políticas del establishment, Partido Popular y Partido Socialista, que representan la iniciativa constituyente que intentó resolver la eterna cuestión territorial española.

Las dos grandes organizaciones, que se han turnado al frente del gobierno del Estado, han sido incapaces de avanzar hacia un modelo estable -un Estado federal- que pusiera fin a los vaivenes y al mercadeo que han caracterizado los últimos cuarenta años. El Estado de las autonomías no ha sido funcional y los gobiernos han ido intercambiando sin el menor pudor estabilidad por contrapartidas -todavía hoy estamos asistiendo a la negociación de los presupuestos por este procedimiento indecoroso-, y en algún momento el sistema tenía que llegar al límite y estallar. Esto ocurrió con la reforma del estatut de autonomía de Cataluña de 2006, una pieza legal incompatible con la Constitución, que fue rechazada por el Constitucional después de que el Parlamento español le diera el visto bueno y el electorado catalán la refrendara en solemne referéndum. El conflicto estaba creado.

Aquel hito, con su infausto desarrollo posterior en plena y grave crisis económica, supuso la caída en desgracia de la "vieja política". PP y PSOE no fueron capaces ni de prevenir la gran crisis económica y financiera -la burbuja inmobiliaria fue una obra a cuatro manos- ni de gestionar y embridar la cuestión territorial, cuyo descarrilamiento habría de tener -ya se intuía entonces- consecuencias muy perturbadoras. Y aquel doble fracaso fue el causante del estallido pacífico del 15-M. En realidad, las manifestaciones de "indignados" del 15 de mayo de 2011 no fueron exorbitantes, apenas alcanzaron una participación de 25.000 personas en Madrid, unas 6.000 en Sevilla y 8.000 en Valencia, según los organizadores. Sin embargo, aquellos movimientos fueron seguidos por la posterior ocupación de plazas por toda España y la estabilización del malestar tuvo efecto llamada y alcanzó una repercusión creciente, que activó numerosos individuos y sectores sociales adormilados.

El adocenamiento del establishment en la comodidad institucional surgida de 1978, la falta de sensibilidad a la hora de poner orden en el desbarajuste autonómico -era necesario un cierre del modelo que nadie se atrevió a proponer siquiera-, el surgimiento creciente de casos de corrupción, particularmente hirientes en momentos de grave crisis económica y de abundancia de situaciones de necesidad, así como la indolencia ante una crisis letal para las clases modestas fueron los elementos que hicieron estallar el modelo. Por una parte, la política catalana se echó al monte. Por otra, surgió y se desarrolló una creciente desafección hacia los partidos tradicionales y comenzó el surgimiento de partidos nuevos, que aparecían cargados de imaginación, incontaminados, limpios y dispuestos a cambiarlo todo.

La "nueva política" se asomó en España a las elecciones europeas de 2014 y puso fin al viejo bipartidismo en las elecciones generales de diciembre de 2015 y de junio de 2016? Pero el proceso de cambio no ha terminado aún. El recrudecimiento de la cuestión catalana ha revelado graves carencias en un Estado abandonado a su suerte, y la evidencia de que la salida de la crisis con el esfuerzo de todos está generando cotas insoportables de desigualdad son factores que acentúan el proceso de sustitución de la vieja por la nueva política. El PP en el poder todavía, frenando avances y regeneraciones inaplazables, está abocándose a la catástrofe, sin ser quizá del todo consciente de ello todavía. Y el PSOE tendrá que hacer grandes alardes de ingenio, de imaginación y de audacia si quiere librarse de la amenaza de los jóvenes de Podemos. Estamos, parece, al borde de la extinción de la "vieja política".

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