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FIGURACIONES MÍAS

Vecinos

Cuando yo era pequeña, el autocar del colegio partía a las ocho en punto de la mañana de S'Arenal con destino a Son Rapinya. Recogíamos a los compañeros de Las Maravillas, Can Pastilla y el Coll d'en Rabassa. A eso de las ocho y media, el autocar se detenía frente a las infraviviendas de Es Molinar para recoger a dos hermanos de nuestro colegio que vivían en un edificio cercano. Otros niños, pobremente vestidos, nos miraban partir y, a veces, nos saludaban con la mano. "Son los niños gitanos de Es Molinar", decían los mayores, y yo me quedaba pensando cómo sería una vida en la que el colegio no formara parte de la rutina, en la que no existiera esa pesada obligación.

Años después, y con el consenso de todos, se expulsó a los gitanos de Es Molinar. Era una época en la que no había muchos miramientos, se asumía que los gitanos eran eso, gitanos, e incapaces de vivir en sociedad. Ese mito aún perdura, como recuerda irónicamente la letra de una canción de La Cabra Mecánica: "Los gitanos, que los metes en el piso de realojo, y te arrancan tuberías, lavabos... ¡Hay un burro en el octavo!".

El hecho es que hace cuarenta años se buscaron unos terrenos dejados de la mano de Dios, lo suficientemente alejados de Palma para que los ciudadanos de bien pudieran vivir de espaldas a ellos, y se trasladó a los gitanos a vivir en lo que sería conocido como Son Banya. "Fora de vista, fora de pensament", que decimos en Mallorca.

Durante los primeros años, los gitanos sobrevivían muy precariamente de sus trapicheos habituales o del comercio de la chatarra; el que quería comprar costo o heroína dirigía sus pasos hacia Es Jonquet o hacia el Barrio Chino de Palma. Sin embargo, muy pronto, los clanes gitanos de Son Banya se dieron cuenta del excelente negocio que era la compraventa de droga. El cóctel estaba servido: marginalidad, incultura, escaso respeto por una ley que les había ignorado siempre y una oportunidad de negocio que los iba a convertir en millonarios de la noche a la mañana.

Un símbolo de aquellos lodos es uno de los hijos de La Paca, que fue una de las narcotraficantes más conocidas. El Ico, que debe de pertenecer a mi generación y que hasta hace poco conducía un Ferrari (¡un Ferrari!) sin permiso de conducir, es analfabeto. Es difícil de creer que niños nacidos en los setenta en una ciudad como Palma (la mejor del mundo para vivir, no lo olviden) no sepan leer ni escribir, pero existen.

El caso es que durante décadas a todos nos fue bien la existencia de Son Banya: los palmesanos nos permitíamos mantener un gueto en el que vivían los "diferentes", los políticos no tenían que enfrentarse a un problema de primera categoría, la policía era conocedora de que todo el comercio de la droga se centralizaba en un solo punto y los consumidores sabían dónde ir de compras los fines de semana. Está bien recordar que para que un "supermercado de la droga" funcione a pleno rendimiento, para que a La Paca se le descubra un zulo con siete millones de euros, tiene que haber miles de consumidores haciendo cola para comprar su papelina. Y no hablamos de cuatro yonkis desgraciados, no. Recordemos que no hace tantos años se juntaban casi dos mil vehículos un viernes por la noche en los accesos a Son Banya. Allí, caras conocidas, gente bien, chavales de familias acomodadas, iban a comprar sus "gramitos" para asegurarse un acelerado y feliz fin de semana.

Ahora, tras décadas de ostracismo e indiferencia, hay un Gobierno municipal que ha decidido solucionar un problema del tamaño de Australia, porque no es nada fácil desalojar a unas familias con unos rasgos sociales y culturales tan diferentes a los de la mayoría de los ciudadanos de Palma. Los vecinos del Polígono de Levante o de La Soledad ya comienzan a quejarse, alegando que está muy bien el buenismo oficial, pero que el problema lo tienen las familias humildes que se ven obligadas a convivir con vecinos que suelen traer conflictos al rellano. "Ama a tu vecino, pero no derribes vuestra verja", escribió el poeta George Herbert y es lo que vienen a decir los afectados.

Este problemón necesita pues de la intervención de todos: del Ajuntament de Palma, que tiene que asegurarse de que no se trasladen los conflictos de Son Banya a otros barrios y que debe garantizar la convivencia vecinal tutelando de cerca todo el proceso. Los vecinos de Son Banya, que deben asumir los compromisos que han adquirido con el Consistorio, sobre todo el de acabar con el absentismo escolar de sus hijos. Y todos los palmesanos, que tenemos que sentirnos orgullosos del fin de un baldón en mitad del municipio y debemos albergar la esperanza de que las próximas generaciones ya no serán hijas de Son Banya, sino de Palma.

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