Unas cien mil personas conocían la semana pasada a Quim Torra en todo el mundo. Hoy son cien millones. Ha multiplicado su penetración por mil en un santiamén, demostrando de paso la cantera inagotable de candidatos a la Generalitat que existe en Cataluña. El nuevo president procede del interminable banquillo de los reservas, camino del no menos nutrido banquillo de los acusados. El solitario García Albiol le anunció ayer mismo la cárcel. Ya que no puede amenazar con los votos, el PP sigue enarbolando a sus disciplinados jueces.
Torra ha pronunciado discursos de investidura más radicales que su predecesor Turull, ya encarcelado. El Rey y Rajoy tendrán que avalar el nombramiento de un president más extremista que el vacilante Puigdemont de finales de octubre. Los planteamientos del nuevo titular de la Generalitat multiplican en virulencia a las tímidas proclamas del regionalista Artur Mas. Antes de seguir encarcelando a gobernantes catalanes, cabría plantearse por qué el Gobierno renuncia a dialogar con candidatos moderados, en lugar de favorecer la entrada en juego del banquillo inagotable.
La operación Cataluña de Rajoy se salda con un éxito sin precedentes. La engañosa impostación de PP y Ciudadanos no oculta sus urgencias por acelerar una investidura que oculte su fracaso negociador, el estancamiento de sus perspectivas de voto y la consolidación de los apoyos independentistas. Inés Arrimadas protesta en el Parlament para que ocurra aquello contra lo que está protestando. A la portavoz de Ciudadanos se le nota demasiado que trabaja pensando en la conquista de Madrid, aparte de demostrar a cada intervención que sería mejor candidata a La Moncloa que Albert Rivera. Es curioso que un partido surgido para contrarrestar el nacionalismo catalán pueda llegar a gobernar España, pero que tenga vedada la Generalitat. O como mínimo, habrá que encarcelar a medio centenar de Puigdemonts y Torras antes de que el independentismo se quede sin figuras hoy desconocidos a promocionar.
