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Antonio Papell

Cataluña: poca confianza en el futuro

La liturgia tranquila de la investidura y la aparente moderación personal del candidato no pueden difuminar ni la personalidad política de Quim Torra ni los torpes elementos esenciales de su propuesta. El ciudadano designado a dedo por Puigdemont „¿qué fue de la saludable institución de las elecciones primarias?„ es sencillamente un sectario con ribetes supremacistas, enemigo del multilingüismo, que mantiene la tesis de que la "raza" española tiene algunos caracteres invalidantes. Tras estas declaraciones, de las que dice arrepentirse, poca credibilidad puede conservar el personaje.

En cuanto al discurso, que ayer se concretó con un liviano programa de gobierno, contiene todos los elementos del soberanismo que han causado la crisis: se atendrá al mandato del referéndum ilegal (y sin garantías) del 1-O; se mantendrá bajo el imperio de Puigdemont, que es el verdadero presidente, y se someterá al Consejo de la República, una institución sin contraste institucional ni jurídico; pondrá en marcha un proceso constituyente, con vistas a la independencia, y proseguirá con el intento de internacionalizar el conflicto esparciendo una pastosa posverdad y difundiendo un imaginario martirologio de víctimas catalanas. Además, revertirá los efectos del 155, retirará la demanda del 9-N y reabrirá las 'embajadas'.

Todo esto no es „digámoslo de entrada„ democrático. No lo es porque vulnera la legalidad de un estado que sí lo es y al que ahora los soberanistas quieren mutilar por procedimientos arbitrarios. No lo es porque la ley de desconexión que pretendieron promulgar era incompatible con el vigente estado de derecho, negaba la separación de poderes y supeditaba el Poder Judicial al Poder Ejecutivo. Y no lo es porque este Consejo de la República, formado sólo por soberanistas, no es más que una mala copia de la chavista asamblea constituyente, creada por el régimen tras haber quedado en minoría en el parlamento nacional electo por los ciudadanos. Si el parlamento no gusta a los independentistas porque tienen que oír las verdades de la oposición, se constituye otro ya sin molestos contradictores que no participan de la épica independentista.

El acuerdo del consejo de ministros de intervenir la autonomía al amparo del art. 155 CE que habilitó el Senado con pequeños retoques deja claro que "las medidas contenidas [?] se mantendrán vigentes y serán de aplicación hasta la toma de posesión del nuevo Gobierno de la Generalitat, resultante de la celebración de las correspondientes elecciones al Parlamento de Cataluña". Quiere decir, en fin, que la intervención debe cesar en cuanto se forme el nuevo Gobierno. Hay que dar, en definitiva, una oportunidad al proceso político abierto con las elecciones de diciembre, que ahora culmina. Y ello ha de ser así aunque una gran mayoría de observadores políticos y mediáticos mantengamos recelos bien fundados sobre el desarrollo de lo que ayer se puso en marcha.

Es evidente que la única posibilidad de que avanzar hacia la normalidad sería que el nuevo presidente de la Generalitat se pusiera a gobernar con arreglo a la ley vigente, sin intentar reproducir las infracciones que ha habido que corregir, y planteara un diálogo de buena fe con el Estado a varios niveles para abrir vías de entendimiento que hasta ahora no se han explorado, y sobre cuya carencia el Estado y quienes lo han dirigido no han sido ni mucho menos inocentes. El que sospechemos que Quim Torra, enviado de Puigdemont, no actúa de buena fe y lo que pretende en realidad es impulsar de nuevo el 'procés' hacia la ruptura y la independencia no impide reconocer que la pelota está ahora en manos del Gobierno de la nación y que Rajoy tiene la obligación de llamarle y de ofrecerle un amplio debate político y técnico para intentar arreglar las cosas y regresar todos a la senda constitucional.

Si no hay respuesta o si la que se dé cierra todas las puertas, el Estado deberá recurrir de nuevo a los mecanismos para restablecer la legalidad. Pero no hay que darlo todavía por descontado. Se divisan pocos atisbos de claridad en el horizonte, pero es de justicia tantear todas las posibilidades de que el conflicto regrese al paraje manejable de la negociación y el diálogo. No es una utopía.

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