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Norberto Alcover

La soledad de Arantxa

Cuando oyó el disparo, frío y cerrado, supo de qué iba la cosa. Él también lo sabía antes de salir de la casa, solamente alcanzar la calle. Todavía no llevaba escolta, le fastidiaba entrar por este camino de humillación y de vivir a la defensiva. Arantxa bajó a toda prisa las escaleras, dejado de lado el ascensor, y sin mirar a los lados se abalanzó sobre el cuerpo de Mikel, su marido, su amor, su hombre. Inmediatamente, varias manos la tomaron en volandas pero ella se resistía, pegada como una lapa a la carne, a la sangre, al muerto. Y entonces comprendió que estaba sola, sin nadie ya que valiera la pena, ni hijos ni familiares ni amigos ni nada de nada. Aquí, junto al cadáver de Mikel, comenzó la soledad de Arantxa. Hasta hoy.

Después vinieron otros momentos mucho más conscientes pero en absoluto tan espesos como el primero, el del asesinato. Gente y más gente que iba y que venía siempre con la misma canción de tristeza y de consuelo. Que si se veía venir. Que si era un tipo fenomenal. Que cuanto sucedía no valía la muerte de personas como su marido. Que si pobres niños. Que era un mártir más de la democracia. Que si en Madrid no se daban cuenta de lo que sucedía en el Norte. Y tantas cosas más. El colmo fue la noticia de que habían aparecido carteles y pintadas con la imagen de Mikel tachada en rojo, así, sin más, como si se certificara su defunción pública. Con absoluta libertad, impunemente. Y mientras tanto, ella sola, sin notar los abrazos y los besos y a sus niños sentados en las rodillas preguntando por el padre. Sola. Arantxa sola.

El funeral fue una mezcla de estupor y congoja. No sabía ella que tanta gente admirara a Mikel y que tantísimos tuvieran sentimientos tan antietarras. Y es que gritaban al paso del féretro y también en la iglesia y no dejaron de increpar al cura y a los políticos todos de oscuro. Arantxa se sentía lejos de aquel espectáculo inesperado que la sumergía en una impotencia absoluta. Y para colmo, llamadas al perdón, al perdón, al perdón por una audifonía que le producía dolor en los oídos. De negro impoluto, parecía un botón sin esperanza junto al féretro cubierto por la bandera española y la de Euskadi, amalgamadas en una conjunción extraña por inusual. Parece que en un momento dado, Arantxa se desmayó, y al rehacerse estaba metida en un coche camino del cementerio. No recuerda más. Estupor y congoja. Sobrecogida por la distancia de Mikel y de su pasado juntos. Ya no estaba. Lo había matado ETA. Uno más, se decía Arantxa desolada. Uno más. Nada más.

Permaneció días metida en casa y en silencio. Ignacio y Luisa marcharon con los abuelos y su hermana Lourdes viajó para estar algunos días con ella. La abrazaba con frecuencia y le susurraba palabras esperanzadas, sobre todo que no había sido en vano, en vano, en vano. Hasta que un día Arantxa le quitó el brazo de encima y le dijo con ira que mentira, que no era verdad, que la muerte de Mikel no servía para nada. Que solamente había procurado ausencia y soledad, muchísima soledad. Que no le repitiera jamás esta canción de "no había sido en vano". Y comenzó a llorar con desconsuelo. Lourdes comentó que había sido tremendo y que nunca había visto a su hermana así. Casi con odio.

Ha pasado el tiempo. Arantxa ha vuelto a su trabajo en el Banco y sus amigas la visitan casi cada día. De vez en cuando pasea por la ciudad. Va al cine. Cuida de sus hijos y los acompaña al colegio, como tantas veces hacía Mikel. Los niños crecen y preguntan y descubren y callan. Pocos fines de semana se marcha al pueblo, pero algunos la miran de reojo como si fuera una testigo de la ignominia. Del pánico de un tiempo, que no ha cesado en las conciencias. Y se sabe excluida. Es la viuda de un muerto que algo habría hecho mal. La compadecen pero la rehúyen. Al cabo Mikel es un estorbo. Parte del pasado.

Hasta que un día, descubre en televisión la noticia de la disolución de los asesinos. Y una ceremonia en que los mismos etarras afirman con tranquilidad que cesan de matar de todas, porque les da la gana. Como si nada. Y supo entonces, que estaba para siempre sola, en un vacío insalvable. Y se dijo que más allá del perdón estaba la memoria. Que dedicaría su soledad a recordar a Mikel. A contar lo sucedido. A impedir que se olvidara. Su soledad estaría llena de imágenes y de palabras. De verdad.

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