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La mano que mece la cuna del sexo

Imagine usted que acaba de tener un encuentro sexual con otra persona y este no ha sido lo esperado. Por el motivo que sea. Por un lado, el menos malo, quizás haya sido porque sus expectativas no han coincidido con las de su pareja (estable o puntual) y lo que se prometía como una divertida y pasional velada ha acabado viendo juntos la enésima temporada de la serie de moda y, perdón por la expresión, con el rabo entre las piernas. El 90% de estos casos, según los sexólogos, ocurre por un motivo: la falta de comunicación sobre lo que desea cada uno. Si la pareja se acaba de conocer, la falta de confianza suele justificar los problemas para comunicar nuestros deseos para esa noche y nos basamos en presunciones.

En el supuesto más malo de lo que puede ocurrir en un encuentro sexual, lo que se aventuraba como un acuerdo mutuo de respeto y tolerancia entre personas adultas acaba con la violencia de alguna de las partes hacia la otra y el intercambio pactado se convierte en una pesadilla llamada abuso o violación. Solo con mucha confianza y aprecio entre ambas partes se puede evitar esto último y a veces, a nuestras ancestras me remito, ni con eso.

Por este motivo, una empresa holandesa ha lanzado al mercado la aplicación LegalFling, mediante la cual se establecen contratos para verificar el consentimiento para participar en un encuentro sexual. Tiene un funcionamiento similar al Tinder pero con tecnología «blockchain» para verificar los contratos y transformarlos en un «acuerdo vinculante legalmente». Dice su impulsor, Arnold Daniels, que puede ser una solución «divertida» para los «impactos negativos» de las aventuras sexuales que podamos tener en la vida, una manera de asegurarse (además de con quién) de cómo, de qué manera, en qué condiciones y con qué límites quiero mantener relaciones sexuales. Esto no es nuevo: lo pudimos ver en la saga Cincuenta sombras de Grey para dictaminar las reglas en una relación sadomasoquista pero ¿lo haríamos nosotros también en nuestra vida cotidiana?

En Estados Unidos, LegalFling está generando furor en muchos sectores mientras en España el debate llega cuando intentamos todavía digerir la sentencia de 'la Manada'. ¿Puede una aplicación evitar una violación? ¿Puede poner límites a la violencia en el momento en que estás más vulnerable? Las principales defensoras de la nueva aplicación son las integrantes de la campaña #metoo contra los abusos sexuales en Estados Unidos y ellas piensan que sí. En esta campaña, miles de mujeres narran episodios de violencia sexual en sus vidas con quien y cuando menos se lo esperaban y defienden que la aplicación puede ser una buena barrera para evitarlos, ya que tiene validez legal y puede acabar con la otra parte entre rejas si se salta lo convenido previamente. Más seguridad a cambio de menos miedo a una posible agresión. Pero me pregunto entonces en qué hemos fallado como sociedad para que las mujeres pensemos que para compartir un momento de intimidad con un hombre éste tiene que ser avisado previa y legalmente de que no se pase de la raya. En qué momento, y no sin razón en algunos casos, la desconfianza se instaló entre ambos géneros.

También me pregunto qué pensará el hombre y con qué miedo se desenvolverá entre las sábanas sabiendo que sobre sus hombros pende mucho más que la ya de por sí eterna sospecha de ser un posible violador por su simple condición de hombre. Dudo, quizás porque soy de las que pienso que la sexualidad es confianza, que ambas partes puedan compartir y disfrutar en paz y libertad cuando hay tantos temores envolviendo a la pareja, pero entiendo que haya mujeres que sientan miedo a aventurarse con hombres. La memoria se lleva en el ADN.

Quizás haya quienes, como sostiene el filósofo Slavoj ?i?ek, piensen que «el amor o el sexo sin el encuentro sorprendente es como la masturbación, juegas contigo mismo y no te abres a los demás» pero no es la primera ni la segunda vez que un contrato rige un acuerdo sexual en la pareja, aunque quizás sí sea el primero en toda la historia de la humanidad en que el poder para elegir cómo quiere el placer, con quién y de qué manera lo establece la mujer en igualdad de condiciones y no acatando el papel sumiso, complaciente y resignado que se le ha otorgado siempre desde que la tribu pasó a ser sociedad.

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