La sentencia del caso de "La Manada" nos ha preocupado y ocupado estos días tratando de entender las razones que llevaron a los jueces a decidir que se trataba de un caso de abuso sexual continuado. A quienes salimos a la calle a protestar al conocer el contenido de la sentencia, nos resultó difícil aceptar que no se hubiera optado por la agresión sexual. Era lo que había pedido Fiscalía para lo que se considera una violación múltiple, aunque en el Código Penal no quede recogido en estos mismos términos.

En paralelo al asunto legal relativo a la sentencia -que esperamos se corregirá en la línea comentada en el transcurso de los diferentes recursos que ya están en marcha-, lo que más me ha dado que pensar es el tema de la violación múltiple y todo el asunto de cómo este grupo encajaba este tipo de acciones en su divertimento sexual, por llamarlo de alguna manera. Ignoro si este grupo era adicto al porno o si frecuentaba la prostitución, pero su comportamiento encaja con modelos de referencia propios de la pornografía y de la compra de sexo, tanto en la forma, como en el fondo.

Una cuestión preocupante en este asunto es la naturalización de la pornografía y de la prostitución y de otras formas de relación sexual de esta naturaleza. Me refiero por ejemplo, al sexting y/o al uso de aplicaciones de móvil que favorecen tanto el acceso fácil al porno y a la prostitución, como a la búsqueda de sexo rápido tipo catálogo doméstico: de la misma forma que se compra una bufanda, una hamburguesa, o unas entradas para el cine. La generalización masiva del móvil ha sido fundamental para la venta y el consumo de sexo vía online o para el acceso directo y privado a la prostitución con mínimo coste.

En ausencia de educación afectiva y sexual que realmente cumpla dicha función, el porno y la prostitución están ejerciendo el rol de educadores sexuales, también de los adolescentes. El gran capital que mueve el negocio del sexo es quien dicta cuál debe el rol de unos y otros en las relaciones sexuales, que no afectivas. Especialmente el rol que las mujeres debemos ejercer para complacer a los hombres. A esos hombres del porno que necesitan ser complacidos y que, excepto en algún tipo de porno feminista de nuevo cuño, nos relega a meras comparsas. Comparsas con un aspecto físico determinado, tanto a nivel exterior como a nivel íntimo. Un modelo que, aunque no nos representa a ningún nivel, ejerce su función a nivel de modos y costumbres estéticas.

Las mujeres llevamos muchos años luchando por la igualdad en todos los ámbitos y no vamos a dejar que el negocio del porno nos imponga un rol pasivo y complaciente que llevamos años rechazando. Un mandato patriarcal que nos diga cómo debe ser nuestra sexualidad. No vamos a dejar que las actrices del porno emulen y modelen nuestro rol, tampoco en las relaciones sexuales y al margen de nuestro consentimiento.

Nosotras somos 'La Manada' que ha salido a defender a la víctima y no vamos a dejar que nadie nos trate como si fuéramos de plástico, como si estuviéramos muertas o tuviéramos que hacernos las muertas para estar a merced de cualquiera que lo desee, tal como se muestra en muchas modalidades del porno. El porno es una fantasía, una puesta en escena de las grandes empresas que gestionan el enorme capital que mueve el negocio del sexo. Para quienes no saben distinguirla de la realidad, para quienes confunden sus deseos con los de las mujeres, es mejor que se compren una bolsa de plástico o similar y la compartan con sus amigos. Pero no a las mujeres de carne y hueso, como nosotras.

* Catedrática en la UIB