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Mercè  Marrero

La suerte de besar

Mercè Marrero Fuster

La palabra de seguridad

"¡Ay, mamá!" es lo que suspira un amigo antes de enfrentarse a cualquier situación. Entiéndase "cualquier" por acudir a una entrevista de trabajo, recoger unos análisis, meterse en la cama agotado tras un día duro o disponerse a subir a una atracción de la feria con sus sobrinos. "Mamá" es su palabra de seguridad desde que le conozco. Y de eso hace mucho. Su madre murió hace casi dos décadas, pero él sigue suspirando por ella varias veces al día. Entiendo a mi amigo. Un hombre madurísimo que echa de menos a su madre como si fuera un niño de primaria. El amor materno filial no caduca.

Hay madres omnipresentes y otras aparecen a la hora de la cena. Las hay controladoras y a otras les basta con saber que los mínimos que garantizan nuestro bienestar están cubiertos. Hay madres a las que siempre quieres volver y madres a las que solo se va si es imprescindible. Algunas son nuestra zona de confort por antonomasia, la piel reconocible y el olor a limpio. Sean como sean, lo que aprendes al convertirte en madre es que la mayoría, al igual que tú, lo ha hecho lo mejor que ha sabido.

La maternidad es una de las mayores complicidades que unen a las mujeres. Da igual el color de piel, la edad, nuestra procedencia o estado civil. Las madres nos encontramos en lugares, sensaciones y emociones comunes. Es un amor que viene de lejos. Uno de los descubrimientos de los investigadores del yacimiento de Atapuerca fue el esqueleto de una mujer protegiendo los huesos de un niño en una especie de abrazo para toda la eternidad. El amor de madre es, sin duda, el único amor duradero, y casi me atrevería a decir que verdadero, que existe. La camerunesa Alima Ngoutame, madre de una hija con discapacidad intelectual, harta de sentir el desprecio de la familia política y de que consideraran a su hija un castigo divino, cruzó el desierto y el mar para llegar a España y darle una vida mejor. "Ni el hambre, ni la sed pudieron pararme", decía y añadía que su impulso era volver a abrazar a su hija y que pudiera jugar con una pelota. Una chica latinoamericana jovencísima con la que coincido en una sala de espera, me explica que trabaja cuidando a personas mayores por dos duros, pero que está agradecida porque le dejan estar con su bebé. La premio Nobel de la Paz Shirin Ebadi me contó que cuando necesitaba tranquilidad para estudiar y escribir se encerraba en el baño y dejaba a sus dos hijas campando a sus anchas por la casa. Después, y para compensar la ausencia y subsecuente cargo de conciencia, la jueza iraní les preparaba una cena con velas, platos italianos y toda la parafernalia que hacemos para contentar a nuestros hijos. Una de mis más maravillosas amigas es madre soltera de dos criaturas. Satisfacción, amor y orgullo, pero también idas y venidas de urgencias, noches en vela y la búsqueda constante y en soledad de ese equilibrio entre ser una buena madre, una buena profesional, una buena mujer, amiga, hermana? Nos suena, ¿verdad? Ser madre te hace ser un poco de todo: cocinitas, profesora, médica, futbolista, peluquera, jugadora de Minecraft, contadora de cuentos, costurera, zapatera y tortuga ninja siempre dispuesta a defender a tu prole.

Me gusta escuchar la palabra "filla". Es mi palabra de seguridad. Mientras ella me lo diga, todo va bien.

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