Gasolineras sin trabajadores, coches sin conductor, supermercados sin personal en los cajeros, drones substituyendo al repartidor, maquinas autónomas sobre ruedas podando viñedos franceses, robots humanoides rematando el check-in en hoteles de Japón, brazos robóticos cocinando hamburguesas al sur de California y un largo etcétera. La inteligencia artificial es una realidad y nos persigue. Está aquí, no hay vuelta atrás. En 2030, según un estudio de PwC, el 34% de los empleos en España estarán ocupados por robots. Viendo la progresión, en el 2050, hasta tu madre podría ser uno. Por tanto, aunque cueste creerlo, los robots serán parte (activa o pasiva) de la sociedad y tenemos que estar preparados.

El avance tecnológico debe ir siempre emparejado a una reflexión ética. Hay que hacerse preguntas, pronosticar situaciones futuribles y sus acciones pertinentes. ¿Tiene sentido una competición humano versus robot dentro del mercado laboral?, ¿hasta qué punto la inteligencia artificial será realmente autónoma?, ¿qué clase de responsabilidad puede reclamarse a un robot tras una acción desafortunada?, ¿cómo articulamos nuestras relaciones con ellos?, y otras muchas. Por el momento, lo evidente es que el humor sarcástico del camarero al traerte la cuenta no es canjeable por un beep-beep o una risa enlatada. Llámenme clásico. Decía Walter Benjamin que las obras de arte originales tienen un aura que las diferencia de copias manuales y reproducciones técnicas. Su autenticidad, "la historia a la que una obra de arte ha estado sometida [?] su existencia única". Mutatis mutandis, creo que pasa lo mismo con el tema de los robots. Les falta eso, el brillo en los ojos o el qué sé yo, pero el encuentro siempre es más simple, más rápido y , sobretodo, más frío. Como cuando ves un Dalí en foto. No es lo mismo. Sin embargo, podría llegar a serlo, las posibilidades de perfeccionamiento son casi ilimitadas y está avanzando todo a un ritmo frenético. En poco tiempo Black Mirror nos parecerá novela histórica. Por eso me gustaría volver a las preguntas mencionadas anteriormente que podrían resumirse en una: ¿cómo insertamos este nuevo colectivo en el mundo?

El pasado 18 de marzo, Elaine Herzberg fue arrollada por un coche autónomo de Uber cuando cruzaba la calle con su bicicleta. La señora Herzberg falleció a causa del accidente. Dentro del coche había una mujer, la conductora de seguridad, aunque en el momento del golpe el vehículo funcionaba en modo autónomo. Por tanto, tenemos un hecho, un accidente mortal, del cual alguien debería ser responsable. Uber ha cerrado el asunto a golpe de talonario. Se sobreentiende entonces que se adjudica la desgracia, como cabía esperar. Pero, ¿qué pasará en el futuro?, ¿llegará un día en que las empresas sean capaces de desentenderse legalmente de las acciones de su flota de coches autónomos?, ¿se considerará que un robot posee algo así como libre albedrio artificial?, ¿libre albedrío artificial? Sí, suena tan mal como parece. Con esto no quiero sonar melancólico ni incitar a las masas a volver al ludismo, solamente invito al lector a formarse una opinión al respecto. Sería conveniente.

El asunto está como está y, además, debemos añadir que nosotros estamos cada vez más solos. En España una de cada cuatro personas vive sola, somos muchos pero estamos aislados. Si a esto sumamos que la mayoría de interacciones que realizamos son con máquinas, el tejido social de la comunidad desaparece. Quizá deberíamos empezar a valorar más el calor humano. Como consejo. A fin de cuentas, solo espero el día que mi jefe, que seguramente será un robot, me pida para ir a tomar unas cañas en el bar de la esquina después del trabajo. No sé, quizá me guste demasiado fantasear, pero hasta ese momento, para mi seguirá siendo artificio sin inteligencia.

*Filósofo y profesor