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Luchar contra el tiempo

Tras la visible evolución estética de Cifuentes en sus tres décadas de dedicación a la vida pública había secretos cuyo precio ahora conocemos. Dos tarros de crema antiedad, cuarenta euros. Barato si no fuera porque en lugar de frenar el tiempo, el engrudo conservante sirvió para acelerar la decrepitud de una presidenta que se conformaba ya sólo con llegar a la fiesta regional, el muy cercano 2 de mayo. Pudo suceder que aquel día de hace siete años el factor de rejuvenicimiento estuviera no en el contenido de los botes sino en el propio acto de su sustracción, en el vértigo del desafío, el temblor del riesgo y el deseo imponiéndose a la vergüenza. Eso explicaría que Cifuentes, quien entonces ingresaba 5.100 euros brutos al mes -3.500 por dedicación exclusiva y 1.600 por sentarse en la vicepresidencia de la Asamblea madrileña- hubiera caído en la tentación de intentar llevarse sin pasar por caja unas cremas impropias de su nivel adquisitivo.

El episodio de Esperanza Aguirre dándose a la fuga para evitar un multa, perseguida por la policía para buscar refugio en los guardias civiles que custodiaban su casa, tiene más épica -liberal y de la del salvaje oeste, que tienden a confundirse- que el mísero hurto reproducido ayer en pantallas de todos los formatos para vejación de su protagonista. El detalle final de la caída de Cifuentes adensa el aire de estercolero que domina en la política madrileña desde el "tamayazo", hace ya quince años. Pero Rajoy sigue convencido de que todo puede contenerse con una resistencia silente bien medida en el tiempo.

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