Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Marga Vives

POR CUENTA PROPIA

Marga Vives

Razones por las que aquí no pegamos ojo

Hoy seguimos mendigando vuelos más asequibles para ascender a la condición de ciudadanos de primera

A una menorquina que conozco se le adelantó el parto más de dos meses. Le sucedió hace 10 años y no sé qué habría pasado hoy, pero entonces los médicos ordenaron trasladarla urgentemente fuera de la isla para dar a luz porque no tenían los recursos técnicos para atender a un gran prematuro. Casualmente esos días la luna llena hizo estragos y tanto Son Dureta, como el Clínic y Sant Joan de Déu en Barcelona andaban abarrotados. Así que esta mujer acabó en Madrid, donde ella y su pareja tuvieron que instalarse por espacio de más de tres meses tras el nacimiento de su hijo. Fue una experiencia traumática que muchos de los que viven en una isla han sufrido y sufrirán.

Territorios como el nuestro tienen multitud de historias de este tipo. Personas que han tenido que subirse a un avión casi a diario para acudir a sus sesiones de radioterapia, o han sido trasladados a vida o muerte, o para someterse a un diagnóstico médico o a cualquier otro tratamiento especializado que implica que no estarán de vuelta en casa a la hora del almuerzo y que habrán de llevarse esa noche sus dolores y sus dudas a la habitación de un hotel o de una casa ajena, supeditados a la hospitalidad a la que cualquiera tiene derecho por razones humanitarias. Ese resorte solidario que se activa de manera natural entre quienes nos hemos criado con este condicionante geográfico nos ha protegido de las absurdas frivolidades que tenemos que escuchar a cambio por parte de todos y cada uno de los que han tenido el poder de mejorar la situación pero nunca la han padecido.

En los años 80 ya se hablaba de cómo podíamos superar esa limitación que nos producía el hecho de vivir en una isla. Recuerdo algunos compañeros y compañeras brillantes que, sin embargo, no llegaron a estudiar una carrera universitaria porque sus familias no podían pagar el coste que suponía mandarlos a vivir afuera en la prehistoria del Campus Extens de la UIB, las titulaciones no presenciales y la universidad a distancia. En Formentera, hasta hace poco más de diez años, no era posible nacer en un entorno médico controlado, lo cual no es dramático hasta que resulta imprescindible. En general el insomnio ajeno parece más inexplicable que el de uno mismo.

Antes de todo eso el mundo nos parecía un lugar externo a nosotros mismos, pero el progreso empezó a penetrar a través del turista y a desperezar nuestra curiosidad por cómo podíamos estar presentes en otros procesos y estructuras sociales. Nos pico el gusanillo y comenzaron a tomar cuerpo las reivindicaciones que casi siempre culminaban con el pretexto de que Europa no lo autorizaba. Se aprobaron con relumbrón reservas de la Biosfera, patrimonios de la Humanidad y hasta un régimen económico especial, cuya utilidad nunca acabábamos de entender y que con el paso del tiempo han resultado ser una caja de bombones pomposa y con un lazo demasiado grande para su escaso contenido, poco más que un diploma para exhibir en el muro triste de un despacho.

En 2002 se creó la Mesa del Transporte Aéreo, para concretar las necesidades que había en el archipiélago en esa materia. Desde entonces se han aprobado obligaciones de servicio público con avances y retrocesos, según la época, los cambalaches y el ímpetu demostrado. Hace algunos años la precaria situación de las comunicaciones entre islas y con el exterior provocó una de las mayores manifestaciones ciudadanas en la calle. Hemos acudido a otras regiones a buscar frentes comunes, nos hemos plantado en Bruselas o en otros foros comunitarios de la extraperiferia para tratar de arrancar algún progreso sustancial casi siempre ininteligible. Pero décadas después del inicio de esa batalla apenas hemos conseguido otra cosa que ponerle parches a nuestro principal punto débil, la terrible fragilidad de nuestro aislamiento físico.

Hoy seguimos mendigando vuelos más asequibles para ascender a la condición de ciudadanos de primera, sea para ir al médico o porque nos da la gana visitar El Prado como quien ejerce su derecho a tumbarse en una playa de Santo Domingo por cuatro duros. Pero todavía nos quieren hacer creer que nos lo merecemos menos que un residente en Badajoz al que le da pereza coger el tren. ¿En qué momento hemos jugado fatal nuestras cartas?

Lo que nos quita el sueño no es el ansia de arañar un par de euros a la factura del billete de avión como quien recibe una limosna para que luego le regateen con ella. Es la ignorancia que exhiben orgullosos los gobernantes aquello que pone los pelos de punta. Larra decía que "es más fácil negar las cosas que enterarse de ellas". Y hasta el momento en Madrid nadie ha dado muestras de tener el más mínimo interés por conocer qué demonios es el "hecho insular". Ahora, además, se traen su soberbia de frases hechas y ya nada convence. "Duerme tranquilo", le dijo Mariano Rajoy a su presidente de partido en Balears, al tiempo que le propinaba el tremendo "zasca" de dejar inesperadamente sin respuesta una pregunta que sin quererlo llevaba trampa. Rajoy no cayó en ella. La contestación sonó a "come y calla", pero lo peor es que quien la pronunció es el mismo que hace varias legislaturas se sentaba en la mesa del Consejo de Ministros que más cuestiones de inconstitucionalidad planteó contra Balears y que ahora maneja a su antojo la excusa del presupuesto del Estado de manera que parezca que si en las Islas seguimos anclados en el pasado en muchas cosas es siempre por culpa de los demás. Así que no se trata de que ellos duerman tranquilos, sino de que lo hagamos nosotros.

Compartir el artículo

stats