Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Norberto Alcover

ETA y nuestra apatía

Los medios se hacen eco, no sin cierta asepsia, del pretendido final de ETA. Tras casi un millar de muertes y la destrucción de tantas familias, que nunca se han recuperado, resulta que lamenta algunas muertes pero no todas. Los verdugos diferencian a quienes les da la gana, en un gesto de soberbia ideológica humillante para el conjunto de España. Una España que estuvo paralizada durante años y años por la sencilla razón de que un grupo de españoles, a la vez que vascos, decidieron marginarse del estado constitucional y optaron por asesinar a quiénes les vino en gana. Y al cabo, en una palabra, están presentes en las instituciones de ese mismo estado como si nada hubiera sucedido, gobiernan territorios de ese mismo estado cual si fueran demócratas convencidos, y ahora su brazo armado decide en un aparente acto de generosidad, cuando sus pretensiones han recorrido un excelente camino político, entregar las armas, disolverse pero manteniendo un esquema de muertes y responsabilidades que producen vómito. Sería más fácil estarse callado y formar parte del silencio general o casi general, pero uno ha sufrido tanto en carne ajena y se ha sentido tan ninguneado que, sin poder evitarlo, tiene que escribir estas líneas de estupor y no menos de aireada queja. Una cosa es que ETA desaparezca y otra muy diferente cómo desaparezca, de cara al presente y de cara a la memoria histórica, tan de moda en estos momentos.

España está aquejada de una patología dolorosa y peligrosa: la apatía ante las adversidades comunes. Apatía en nosotros, los ciudadanos, pero también en nuestra clase dirigente. Nos hemos convencido de que es imposible afrontar determinadas realidades y preferimos dar la vuelta ante ellas. Por ejemplo, la desigualdad económica, que según tantísimos expertos acabará por pasarnos factura generacional dentro de unos diez años y de forma clamorosa. Por ejemplo, la irrelevancia internacional, que avanza a velocidad de crucero como si careciera de relevancia. Por ejemplo, el conflicto territorial español que nunca acabamos de enfrentar de verdad por miedo a reconocer que somos un estado intrínsecamente conflictivo desde el "café para todos". Por ejemplo, la precariedad industrial, entregados a tareas dependientes de situaciones coyunturales, entre otras el turismo. Por ejemplo, el vaciamiento intelectual y reflexivo, en un desierto de pensadores que nos ayuden a orientar y estructurar la realidad española en todos los sentidos. Por ejemplo, la irrelevancia cultural, salvo en materias del todo fungibles y para nada llamadas a permanecer. Apáticos ante la realidad, hasta el punto de que algo tan serio como es el pretendido final de ETA casi pase desapercibido tras tanta sangre y tantísimas consecuencias para las víctimas, sometidas ahora mismo a la tremenda teoría de que ya molestan con sus reivindicaciones, mientras en otros lugares de España se alzan voces semejantes, elaboradas durante años en que, una vez más, no quisimos aceptar lo que se estaba incoando.

Apatía, irresponsabilidad, deshumanización, falta de aliento político en los partidos, perdidos en guerras intestinas y localistas. Esa apatía solamente rota en casos mediáticos que impiden todavía más contemplar la realidad cara a cara, en toda su gravedad. La apatía de la insolidaridad estructural, consolada por el compromiso concreto y recortadas iras. Hemos abdicado de lo mayor para centrarnos en lo menor, dejando la historia en manos de los dueños del planeta, que utilizan nuestra apatía para medrar. Una situación farsesca, como dicen los italianos, que escondemos en la pseudoseguridad de que hemos superado la crisis, lo que es desgraciadamente incierto, sobre todo para los más pobres, que son muchos. La apatía de que es imposible salir de este hueco moral en que nos encontramos. Y cuando algunos luchan de forma ostensible y conmueven nuestras conciencias, entonces decimos que intenta destruir el sistema como si el sistema fuera sacrosanto. No es que matemos al mensajero, es que matamos el mismo mensaje.

Pues llegará el día de la desaparición etarra, y todos tan contentos. Y claro que será, de suyo, una buena noticia, mucho mejor que noticias anteriores de muerte y asesinatos en cadena, años ochenta. Pero qué humillación llegar a este día habiendo conseguido los destructores de vidas individuales y colectivas determinar quiénes murieron oportunamente para ellos. Quiénes, en definitiva, merecieron morir. Si mantenemos la apatía ese día es que hemos abdicado de lo mejor de nosotros mismos en beneficio del mal en estado puro.

Uno escribe, tengo la seguridad, a favor de los muertos, de las víctimas, de esa gente que ahora nos molesta y que preferimos olvidar en beneficio de la paz. Y después alardeamos de memoria histórica. Hay que ver.

Compartir el artículo

stats